LA IDENTIDAD, LA PÉRDIDA, LOS DOBLES Santiago Palavecino como director y coguionista de Fernando Manero imaginó una trama donde se mezcla el pasado, el futuro, la apropiación de bebes y la ciencia ficción. Y de ese entramado surge el tema de “el doble” de una manera original. El protagonista descubre un día que fue robado de sus padres ya muertos y regresa a su pueblo natal. Allí se enamora de una chica que muere en un accidente. Años después se casa, tiene una hija que al crecer será idéntica a esa chica que fue su amor trunco por la tragedia. Porque además hay un cuestionamiento a la identidad, a la luz de algunas investigaciones científicas. En ese rompecabezas de ir y venir en el tiempo, cada capa de la historia se revela y se enmaraña una y otra vez, donde los recuerdos y las culpas se corporizan, los celos y las venganzas se concretan. Sugestivo e interesante el film atrapa al espectador que no quiere perderse detalle de un film complejo y seductor. Se lucen Ailin Salas y Juan Barberini.
Hija Única, el nuevo drama de Santiago Palavecino, es un intrigante relato sobre la identidad con la posibilidad de cierto componente sobrenatural rondando. Juan antes no se llamaba Juan, creía que se llamaba Ezequiel cuando era joven y estudiaba cine. Ya de adulto descubre que durante la Dictadura fue apropiado y que incluso tiene unos años más de los que dice su documento. No obstante, el problema de identidad no lo va a tener sólo él. Años después de esta revelación, su hija Delfina tiene extrañas conductas en el colegio y empieza a creer que tiene dos madres. Mientras tanto Juan observa a su hija y la ve cada vez más parecida a alguien que amó en su juventud y falleció años antes incluso de que conociera a su actual mujer, Berenice. Será ella quien de a poco comience a sospechar que algo raro esté sucediendo, pero sin poder entender, alejándose cada vez más de la lógica. Hija única es un rompecabezas que se va armando de a poco, construido de manera verosímil y con sumo cuidado más allá de su peculiar trama girando alrededor de la posibilidad de tener dos madres aun desde un punto biológico. Desde que en el 2017 (en esta película hay un futuro y muchos pasados, pero ningún presente) una joven vuelve a su pueblo natal tras haber vivido en el exterior la mitad de su vida y visita dos tumbas, la de una señora fallecida ya de anciana, y otra de alguien que bien podría ser ella, Palavecino irá y vendrá en los tiempos narrativos para contar una historia rodeada de misterios, muchas preguntas y no muchas respuestas. Porque esa joven ya fallecida, Julia, fue la persona con la cual Juan tuvo un tórrido romance al mismo tiempo que acababa de descubrir su verdadera identidad. Ella ya no está pero al mismo tiempo siempre está presente, especialmente cuando él observa a su hija y cada vez le rememora más a aquel amor perdido. Juan Barberini, Esmeralda Mitre, Ailin Salas y Carmela Rodriguez como la Delfina niña que esconde en sus ojos mucho más de lo que parece, conforman el elenco de Hija Única, un elenco que tiene como soporte principal a Barberini pero donde ninguno de los actores desentona. La banda sonora y algunas escenas contemplativas terminan de imprimir esa aura de misterio a este laberinto. Hija única es un film intrigante con una trama que se va revelando de manera fragmentada hasta llegar a una resolución que se anima a dejar de lado algo de lógica para creer posible en algo de magia. Un retrato original sobre la identidad y la idea del doble, sobre la presencia eterna que una persona puede dejar en uno. Dirigida con sumo cuidado y dedicación, quizás un dilema más claro entre esa lógica y esa magia (ciencia y religión), algo así como sucede en la película de Mike Cahill, I, Origins, la hubiesen situado incluso más alto.
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Ambicioso y complejo puzzle El director de Otra vuelta y Algunas chicas regresa al thriller psicológico, a sus enigmáticos personajes femeninos y a las fascinantes imágenes conseguidas en sociedad con el notable fotógrafo Fernando Lockett para una película que aborda -sin caer en lugares comunes, subrayados ni bajadas de línea- cuestiones como la identidad y los lazos familiares. Ambientada en un futuro cercano, Hija única arranca con el regreso de la veinteañera Delfina (Ailín Salas) desde Nueva York a un pueblo de la provincia de Buenos Aires (otra de las constantes del cine de Palavecino). A partir de ese hecho, el realizador despliega un amplio abanico de conflictos que nos transportará al pasado y nos llevará a conocer las historias de varios personajes en distintas épocas y signadas por diferentes relaciones afectivas. La película comienza apostando por el realismo puro para ir derivando hacia elementos casi del orden de lo fantástico. En el centro de la escena estará Juan (Juan Barberini), un hijo de desaparecidos que ha podido construir una familia con su esposa, Berenice (Esmeralda Mitre), y su hija, pero que no puede sacarse de encima los fantasmas y las tragedias del pasado, que incluyen la muerte de su novia de la juventud. Más allá de que no todas las piezas de este ambicioso y complejo rompecabezas encajan a la perfección, se trata de una película inquietante y provocadora que se anima a cuestionar las nociones más arraigadas y reivindica el valor de ciertas relaciones afectivas incluso por sobre las familiares. El amor, a veces, pesa más que la sangre.
Inquietante y con elementos fantásticos El filme es como un rompecabezas, que hay que ir uniendo para establecer un sentido. En tiempos abundantes en películas predigeridas, sobreexplicadas, con horror por el malentendido, hay que agradecer cuando aparece una excepción a la regla y plantea ambigüedad, confusión, duda. Esa es la principal virtud de Hija única: nunca podemos estar del todo seguros de lo que estamos viendo. Sin recurrir sólo al viejo truco del sueño, la alucinación o el recuerdo borroso, la pericia narrativa de Santiago Palavecino (Otra vuelta, La vida nueva, Algunas chicas) nos sume en la perplejidad desde el comienzo hasta el final. Esta inquietante historia transcurre alternativamente en dos pasados cercanos (1992 y 2005) y un futuro próximo (2017). Ese ir y venir temporal establece un rompecabezas, con piezas que hay que ir uniendo pacientemente para establecer un sentido. El protagonista es Juan (Juan Barberini), un nieto recuperado por las Abuelas de Plaza de Mayo, pero ésta no es otra película sobre la dictadura: ésa es una circunstancia para hablar sobre la identidad y funcionar en espejo con otros ribetes de la trama. En 1992, un Juan adolescente se entera de su condición de hijo de desaparecidos; en 2005, lo vemos casado con Berenice (Esmeralda Mitre) y padre de Delfina (Carmela Rodríguez). En 2017, el foco está sobre Delfina adulta (Ailín Salas). No conviene adelantar más para no arruinar el misterio (que, por otra parte, queda a nuestro cargo desentrañar o no). Sólo cabe agregar que en el núcleo de la cuestión hay una teoría emparentada a la “herencia de los caracteres adquiridos” de Lamarck: que un trauma o una experiencia fuerte -tanto dolorosa como placentera- pueden ser transmitidos genéticamente. Todo transcurre en un costumbrismo aparente, con mayoría de planos cortos, cámara en mano, que hacen aún más naturales actuaciones ya de por sí creíbles (incluyendo los papeles secundarios). En ese marco de vida familiar “normal”, aparecen hábilmente imbricados elementos fantásticos para provocar un efecto de extrañamiento. Y dejar flotando en el aire bienvenidas preguntas; entre ellas, qué es lo que acabamos de ver.
SOLO PARA EXQUISITOS Veo las cosas como son vamos de fuego en fuego hipnotizándonos Y a cada paso sientes otro deja vú Oh no. “Deja vú”, Gustavo Cerati En el comienzo de Hija única, de Santiago Palavecino, una serie de imágenes oníricas y melodramáticas son acompañadas por una pieza de música clásica, que marcan el tono que la película nunca abandonará. Un clima ominoso de verdades ocultas y de personajes que giran alrededor de una historia trágica de la época de la dictadura, que tarda años en resolverse y que acaso nunca termine de descifrar. La historia de Juan (Juan Barberini) un nieto recuperado que se entera de la verdadera historia de su vida -cuando ya tiene una vida-, un nombre y hasta una posición como director de cine es contada en tres momentos de tiempo distintos. Pero si la historia de Juan es compleja, hay que agregar las historias de las mujeres que están con él. En dos de los espacios temporales, la mujer es Ailín Salas, que interpreta a Delfina y a Julia. Y la otra mujer en cuestión es Esmeralda Mitre. Hay mujeres iguales, hay una hija que parece tener una madre biológica y otra de una dimensión diferente. Hay información sobre la carga genética que es lo que se recibe de los padres y que no. Si bien la película transcurre en momentos históricos diferentes y a pesar de ser uno de los temas principales de la película, no hay en Hija única ninguna de esas trampas demagógicas en las que se suele caer cierto cine nacional. Palavecino se maneja en el terreno del cine clásico melodramático y aporta con la puesta en escena y su cámara inquieta elementos del relato fantástico. Hay además un exquisito acercamiento a la intimidad de los personajes, con intérpretes que se lucen. La película es de una belleza visual impactante y tienen grandes momentos, ojo, presten atención al primer encuentro entre Juan y Julia, el viaje en jeep que culmina en una situación amorosa donde la cámara acompaña llevándonos con ellos. Por supuesto que no corresponde que divulguemos si los misterios de la película se resuelven, pero digamos que para esta clase de historias siempre es bueno recordar aquello que Shakespeare le hace decir a Hamlet: “Hay más cosas entre el cielo y la tierra, Horacio, que las que sospecha tu filosofía.” Una frase que nos saca de la torpeza de intentar explicar todo con los torpes parámetros de la política o la psicología de los cafetines. HIJA ÚNICA Hija única, Argentina/2016). Dirección: Santiago Palavecino. Guión: Santiago Palavecino, Fernando Manero, David Hacobs, Agustina Costa Varsi. Fotografía: Fernando Lockett. Edición: Andrés P. Estrada. Intérpretes: Juan Barberini, Esmeralda Mitre, Ailín Salas, Carmela Rodríguez, Luciano Linares, Stella Galazzi.
¿Qué llevamos en el ADN? Ailín Salas interpreta en este filme a dos mujeres que son idénticas pero no tienen ninguna relación genética entre ellas, ni siquiera viven en la misma época. Una es Delfina, quien a los veinte años regresa a su pueblo luego de haber pasado más de una década en Nueva York; y la otra es Julia, una mujer de la que su padre Juan (Juan Barberini) estuvo enamorado, y con quien mantuvo una corta y apasionada relación antes de conocer a Berenice (Esmeralda Mitre) con quien se casó y tuvo a Delfina. Cuando Juan conoce a Julia esté atravesando un momento delicado, recientemente ha descubierto que es hijo de desaparecidos y está reconstruyendo su identidad y su historia. En su caso los análisis de ADN son determinantes para conocer su verdadero nombre y origen. Pero lo que el filme plantea es una hipótesis sobrenatural en la que el ADN no solo transmite datos genéticos sino que de alguna manera ese fuerte amor que Juan sintió por Julia se plasmó en su hija, así Delfina termina siendo el resultado de dos madres biológicas, una de de las cuales murió varios años antes de su nacimiento. De paseo entre el pasado de Juan y un distópico 2017, el filme explora y reconstruye identidades, para llegar a una surrealista explicación sobre Delfina, mezclando datos reales e imaginarios, fabricando hipótesis y confundiendo personajes. Como en otras de sus películas, Santiago Palavecino utiliza la atmósfera y la idiosincrasia de pueblo pequeño para contar esta historia, narrada de forma tranquila, pausada, donde las actuaciones son correctas, naturales, sencillas. "Hija Única" plantea una interesante conjetura sobre la identidad, que va mas allá de lo físico, al construir un filme con una estética costumbrista, donde los elementos sobrenaturales no se ven, se nombran.
El laberinto como forma narrativa. Presentada en la edición 2013 del Festival de Venecia y estrenada en Argentina recién en mayo pasado, en Algunas chicas Santiago Palavecino (Chacabuco, 1974) había comenzado a experimentar a fondo con estructuras, verosímiles y tiempos narrativos, luego de dos películas (Otra vuelta, 2005; La vida nueva, 2011) deudoras de cierta forma de realismo intimista. Más severa y de espíritu lúdico más restringido que la anterior, Hija única continúa con la exploración que podría llamarse “cubista” de Algunas chicas, fragmentando el relato y hasta las identidades. Un personaje tiene dos por haber sido apropiado durante la dictadura. Y otro, el de Ailín Salas, es idéntica, no a una hermana gemela ni tampoco a su madre, sino a la primera compañera de su padre. En esa imposibilidad lógica o improbable forma de herencia por contagio tal vez resida la carga lúdica de Hija única, aunque se trata de una forma de juego tan supuesto que difícilmente se transmita al espectador. El laberinto es la forma narrativa y temporal de Hija única. Esto queda claro ya en el comienzo, que si funciona como obertura no es sólo por la irrupción de una imponente partitura de melodrama, sino por anticipar escenas (fragmentos de escenas, mejor dicho) que se desarrollarán más tarde. Lo extraño es que en estas escenas Ailín Salas, asomada a la ventanilla de un avión, en medio de una noche de tormenta, parecería observarse a sí misma, mientras cierra los ojos en un auto, cerca de una casa que se prende fuego en medio del campo. Podría afirmarse que Hija única está contenida en esta secuencia primaria, que sucede en verdad a una frase de Montaigne sobre la herencia. Bien, todo indica que será cuestión de atar cabos. Como todo relato que lo solicita, es posible que el espectador se pregunte dos cosas: 1) si todas las ataduras están bien pensadas o va a haber alguna que quede medio floja; 2) si vale la pena hacer el esfuerzo. La respuesta para ambas preguntas es que ni tanto ni tan poco. En 2017, Delfina (Salas) vuelve al pueblo natal, a los 21 años, tras haber pasado una década en Nueva York en compañía de su madre, Berenice (Esmeralda Mitre), quien quedó allá. Se fueron a Nueva York poco después de que Berenice (en una lista de nombres pretenciosos, éste ocuparía un lugar relevante) descubrió el inexplicable parecido de su hija y Julia, anterior pareja de su marido Juan (Juan Barberini). Antes de esto, Juan había descubierto su verdadera identidad como niño apropiado durante la dictadura, para lo cual cuenta con la guía de una Abuela de Plaza de Mayo (Stella Galazzi). Otras cosas que pasan son que la madre de Julia practica radiestesia, así como se menciona varias veces a La flauta mágica y el cuento de Borges El cautivo, éste último porque alude a la cuestión de un niño (blanco) apropiado (por los indios). Bellamente filmada y elegantemente montada, con una música de una opulencia totalmente inusual para el cine argentino, el placer que representa ver Hija única se ve mitigado por una duración a todas luces excesiva (cerca de dos horas). Entre las principales objeciones que pueden hacerse no es la menor la de revelar que el laberinto no cambia: se entra, se extravía, se sale y sigue siendo el mismo. Revelarlo tal vez sea un mérito. Es difícil que ése sea el caso de la historia de Juan, en la que un tema muy sensible, al quedar reducido a la condición de mera subtrama, termina deglutido por la oscuridad y dispersión narrativas.
La historia se va desarrollando en distintos tiempos, contiene varias subtramas, que van funcionando como un rompecabezas, requiere que el espectador este bien atento y por momentos resulta inquietante. Un ambicioso thriller psicológico. Un film de Santiago Palavecino (Otra vuelta, La vida nueva, Algunas chicas).
Crítica interactiva. A ver, voy a dejarles la sinopsis oficial y unos minutos para poder leerla con detenimiento. En el año 2017, DELFINA (21) regresa de Nueva York a un pequeño pueblo ribereño en la provincia de Buenos Aires. Allí visita la tumba de una mujer mayor y la de una joven que es idéntica a ella, llamada Julia. De hecho, la foto de la lápida podría ser fácilmente una foto de ella. A partir de la identidad de estos dos rostros, la joven viva y la muerta, una serie de recuerdos se despliegan: algunos recuerdos de la infancia de DELFINA, otros de su padre JUAN. Juan, a los 25 años, descubre que es hijo de desaparecidos. Mientras lleva a cabo el proceso de descubrir su verdadera identidad, conoce a Julia, joven de la que se enamora y quien trágicamente muere en un accidente. Muchos años más tarde, Juan está casado con otra mujer, BERENICE, y tiene una hija llamada DELFINA. Sin embargo, el amor del pasado vuelve a colarse en su vida: hay varios indicios de que su hija podría estar relacionada con Julia, como si de alguna manera, su sangre hubiese transmitido la huella de ese primer amor. Tras el laberinto de estos recuerdos, donde el pasado y el presente se cruzan, podemos armar un rompecabezas cuya imagen final será una hipótesis casi sobrenatural, tan inquietante como esperanzadora: el amor del pasado deja sus huellas sobre nosotros, tan profundamente que nuestros hijos las heredan, hijos que pueden tener varios padres. En el caso de DELFINA, ella es la única hija de dos madres, una biológica y otra que murió antes de que naciera. ¿Ya terminaron?, ¿entendieron porque un supuesto resumen tiene más de doscientas palabras de extensión?, ¿entendieron algo de lo que pasa en la película?, ¿entendieron el subtexto, las metáforas, los significantes agregados textualmente para nuestra contemplación?. Les hago un favor y se las hago corta, la premisa es la siguiente: ¿Qué pasaría si tienen sexo con una mujer pensando en otra y después se embaraza pero tu hija resulta ser idéntica a la mina en la que estabas pensado?. Bueno, en verdad, si algo hay que destacar de la sinopsis oficial, es que es fiel con la aspiración pretenciosa de la película. Vamos otra vez, pero esta vez voy a dejarles una descripción de uno de los personajes y ustedes me dicen si algo les llama la atención Esmeralda Mitre interpreta a la cónyuge de un nieto recuperado. ¿Ya terminaron?, ¿se dieron cuenta que esta actriz actualmente es la esposa de Dario Loperfido”?. Bueno, eso, no se que más agregar salvo ¿EN QUE ESTABAN PENSANDO CUANDO HICIERON EL CASTING?. Quizás es un ejercicio metatextual con el objetivo de resaltar las contradicción inherentes entre la ficción y la realidad; o quizás sencillamente fue una reverenda estupidez, un pifie sin querer queriendo. Tal vez es todo eso junto, quien sabe. ¿Quién es quién?: Ok, supongamos que vivimos en una burbuja de plástico a lo John Travolta y vamos al cine sin saber nada de ésto. ¿Qué es lo que tenemos en Hija Única?. En primer lugar, el récord mundial de pestañeo por minuto (gran logro de la heredera de la dinastía Mitre), gente que posa y se hace la deprimida, una niña que se supone es la versión infantil de Ailín Salas pero no que no se parece en nada a ella (otro logro del casting), planos cerrados, cámara en mano, Terrence Malick, una fotografía decente, un confuso relato caleidoscopico (porque eso de la narración lineal y discernible se murió con Resnais) y un par de ideas interesantes sobre génetica emocional y perdida de la identidad que apenas se desarrollan en casi dos horas de metraje. Conclusión: Ignorando la mencionada contradicción ideológica del film en términos de producción, podríamos decir que la cinta dirigida por Santiago Palavecino no llega a explorar los conceptos que presenta inicialmente (si no saben cuales son esos conceptos vuelvan a leer la sinopsis) ni en términos formales ni intelectuales.
Un joven director de cine que fue niño apropiado y ha recuperado su identidad imagina a una mujer que fue su madre mientras su pequeña hija sufre una crisis de identidad ella misma. Por otro lado una mujer llamada Delfina vuelve a su pueblo para descubrir a una mujer ya muerta que era igual a ella. El protagonista, que ahora es Juan y antes Ezequiel, se cruzará con abuelas reales y otras con aire fantasmagórico que parecen acechar a la nena. Todo en Hija única es teatral, declamativo y, como se desprende de esta breve e inevitablemente confusa sinopsis, tremendamente pretencioso. La niña habla como una adulta, los adultos dicen cosas como "sueño en capítulos" mientras la cámara los toma en planos inclinados, por algún motivo. Quizá -no está claro, nada lo está- el director Santiago Palavecino quiso hacer una película sobre las consecuencias de las identidades robadas. Pero la grandilocuencia de este proyecto confuso, subrayado en la realización por una música clásica solemne y monumental, hace de Hija única una experiencia para el olvido.
Santiago Palavecino, después de Algunas Chicas, vuelve al misterio. En este caso, también con un deslizamiento hacia lo fantástico, sobre el amor y el propio origen. Varias historias -una hija, un padre, un antiguo amor de ese padre- se cruzan para tejer un entramado que apunta, como siempre en el cine de este director, a una mirada casi entomológica sobre las emociones y los sentimientos. Sostiene el interés sobre sus criaturas de principio a fin.
Doble de cuerpo Hija única, de Santiago Palavecino, se mete con el tópico del doppelgänger con una historia retorcida, al borde de la verosimilitud. El tópico del doppelgänger, el doble, es de los que más potencial tienen en el cine. También está presente en la literatura (recuerdo la novela El doble, de Dostoievsky, y quizás la más conocida: El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de Stevenson), pero es en las imágenes en donde el juego especular de semejanzas puede ser mejor aprovechado: clásicos como Demente, de Brian De Palma; Pacto de amor, de David Cronenberg; o la que todos ustedes están recordando en este momento: El club de la pelea, de David Fincher. Entre la ciencia ficción, el fenómeno paranormal, o simplemente la vuelta de tuerca onírica, todas estas películas resultan enigmáticas, todas tienen algo en su trama no del todo explicado. Ese es el poder del doppelgänger, aunque también puede ser su talón de Aquiles. En el caso de Hija única, la cuarta película de Santiago Palavecino, tenemos a dos chicas físicamente iguales que viven en tiempos distintos: se trata de Julia en 1992 y Delfina en 2017 (interpretadas por Ailín Salas). Delfina nació varios años después de la muerte de Julia. ¿Qué las une? ¿Por qué son idénticas? Ese es el misterio central. En el vértice de este triángulo está Juan (Juan Barberini), que fue novio de Julia en 1992 y es ahora el padre de Delfina. ¿El amor trunco entre Juan y Julia fue tan intenso como para entrar en el ADN de Delfina? Algo de eso hay, y si esto suena ridículo, pues tenemos hasta unos investigadores médicos metidos en el asunto. El guión, firmado por Palavecino junto a Fernando Manero (coautor de la película anterior del director, Algunas chicas), está construido como un rompecabezas que va hacia atrás y luego hacia adelante en el tiempo, de 2017 a 2005 a 1992 y después a 2005 otra vez, para ir revelando de a poco los puntos de giro de una historia bastante retorcida que incluye también un tema que parece insoslayable en el cine argentino si hablamos de la identidad: los desaparecidos. Si desenredamos la galleta del guión, vemos que la historia es bastante más sencilla de lo que parece a simple vista, aunque no carece de ambigüedad; así como está, esa ambigüedad está sepultada por la confusión y la inverosimilitud. Algunos diálogos, los que parecen más “escritos”, suenan forzados; otros, sin embargo, parecen más naturales. Como si en Hija única convivieran dos películas: la de misterio fantástico, que necesita dar información del argumento con precisión y a cuentagotas, yendo y viniendo en el tiempo; y otra que es un drama familiar (en 2005, la relación entre Juan, la pequeña Delfina -excelente Carmela Rodríguez- y su madre verdadera, Berenice -Esmeralda Mitre-) y un drama romántico (en 1992, el fulminante enamoramiento entre Juan y Julia). La segunda funciona mucho mejor que la primera. Es en esas escenas entre Barberini y Salas, con música bigger than life de Prokofiev, diálogos casuales y sexo creíble, en donde ser puede ver el talento con la cámara y las ideas de puesta en escena de Palavecino. Y aunque sea el misterio central lo que hace avanzar la trama y nos mantiene interesados, lo mejor de la película está cuando el narrador le cede el paso al retratista.
La cuarta película del director de “Algunas chicas” es un melodrama que mezcla suspenso y misterio para armar una trama de identidades cambiadas en dos generaciones de una misma familia. Ayudada por una gran selección musical y una excelente fotografía, “Hija única” –protagonizada por Juan Barberini, Esmeralda Mitre y Ailín Salas– se vuelve un filme perturbador y provocativo. Lo que primero llama la atención y atrapa es la música. El cine argentino de los últimos tiempos nos desacostumbró totalmente al uso del “score musical” clásico: ampuloso, imponente, dramático, ominoso. HIJA UNICA arranca con Prokofiev a todo volumen mientras Ailin Salas baja de un avión en medio de la lluvia. La imagen de Fernando Lockett embebida de todos los recursos del melodrama y/o film noir de fines de los ’40 o principios de los ’50 envuelve a Ailín de una manera tal que uno tiene la sensación de haber viajado en el tiempo. ¿Por qué nadie hace más películas así? ¿Quién prohibió el uso de la música y de bellos y climáticos planos para crear un clima puramente cinematográfico? Lo cierto es que Santiago Palavecino –que, sí, es un obsesivo de la música clásica y, aparentemente, un eximio pianista– no tiene pruritos a la hora de enmarcar a su película en ese tipo de registro. Y es una elección perfecta ya que si bien el filme tiene puntos de contacto con la realidad argentina de los últimos ya 40 años (el protagonista es un hijo de desaparecidos que fue apropiado pero que ya hace mucho tiempo descubrió su identidad), la película parte de ahí para ir a una zona más cercana al melodrama, zona que necesita de esa “suspensión de la credibilidad” que la música y una imagen cargada de misterio del Hollywood clásico pueden darle. HIJA UNICA es una película sobre la identidad pero se desarrolla de una forma no habitual. La identidad aquí funciona en un terreno más misterioso, inasible, más cerca de lo fantasmagórico que de la ciencia pura y dura. Ailín Salas encarna a dos personajes en dos de los tres tiempos narrativos que tiene el filme: es Delfina en el 2017, una veinteañera que vuelve a la Argentina desde Estados Unidos (ya verán a qué) y también es Julia, una chica que en 1992 tuvo una relación con el padre de Delfina, Juan (Juan Barberini). Pero no es hija de ella, sino de su padre con otra mujer (Esmeralda Mitre), lo cual pone al espectador en una situación de enredado suspenso que la película rápidamente hace girar hacia otras zonas. No es una hija secreta que tuvo con esta mujer (no dan las fechas) pero es idéntica a ella. El texto que abre la película permite acercarse a la pregunta que el filme nos hace: ¿puede alguien heredar de sus padres sus deseos, culpas, miedos o pensamientos? Gran parte de la película transcurre en 2005, cuando Julia es una niña curiosa y algo extraña, que hace dibujos un tanto raros que ni su maestra ni su familia consiguen explicar. Para los padres tiene que ver con la historia de Juan, un hijo de desaparecidos que cambió de vida, nombre y apellido cuando descubrió ser un hijo apropiado en la dictadura. Pero tal vez a eso se le sume otro cambio de identidad aún más enrarecido: ¿Qué sucedió en el pasado que no sabemos? ¿Esconde algo Juan? ¿Qué rol tiene la abuela “hitchockiana” que encarna Susana Pampín en la historia? ¿Y el primo de Juan? HIJA UNICA suma una gran cantidad de subtramas y conflictos a la historia –acaso demasiados en cierto momento– pero cuando parece que la acumulación de incidentes se va a volver excesiva Palavecino va resolviendo con elegancia la mayoría de las trampas en las que sus personajes –guión mediante– se han metido. Un marido obsesionado por una mujer de su pasado. Una esposa que desconoce demasiadas cosas de ese pasado pero esconde otras. Una niña que es idéntica a une mujer que no es su madre. Una herencia, literal y metafórica, que va pasando de generación en generación, a veces con la forma de una casa de campo, en otras genéticas y en algunas, por motivos inexpugnables. Secretos entre seres queridos. Puertas que se abren, puertas que se cierran. Un misterio que lo envuelve todo. Como en su anterior ALGUNAS CHICAS, pero con una narración más clásica –más allá de sus idas y venidas en el tiempo la trama responde a modelos narrativos propios del melodrama–, Palavecino vuelve a armar un rompecabezas donde lo normal y lo misterioso, lo cotidiano y lo casi pesadillesco funcionan en paralelo. La decisión de acompañar buena parte de la película con un potente score musical, la fluida cámara de Lockett y la solidez de gran parte del elenco hacen el resto como para que los espectadores se sientan como en medio de un filme de Mankiewicz, Von Stroheim o de un Hitchcock circa REBECCA. Es esperable que el espectador de hoy –tal vez más cínico y no tan familiarizado con aquellos clásicos– se deje llevar por la melodía que propone el filme, una de las propuestas que se despegan claramente en medio del aluvión de estrenos locales de noviembre.
Hay dos decisiones formales que se instalan como marcas particulares en Hija única. No necesariamente conducen a buen puerto pero esa es su singularidad. La primera se hace visible a partir del uso recurrente de una cámara en mano que se pone en el cuerpo de los protagonistas, en su incomodidad y en su intimidad. Oímos la respiración, captamos el peso de sus dudas y el agobio que causan sus búsquedas. Solo algunos momentos nos eximen del compromiso por acompañarlos de ese modo y son aquellos donde los jóvenes expresan un cierto estado de libertad que se traduce a través de imágenes desencadenadas de planos cerrados que cercan la mirada y la conducen al ánimo de los protagonistas. El mundo de la película es opresivo porque la identidad como tema en este país lo demanda. Sin embargo, dos o tres momentos únicos se sostienen más allá de toda ligazón contextual, por su belleza y ligereza. La otra decisión atañe a la estructura. Organizada en forma de flashbacks, los detalles argumentales se arman pausadamente a la par que las historias de los personajes involucrados. Son tres los lapsos temporales signados por el juego de identidades cambiadas. Hay varias ideas en juego y el riesgo que se huele es la dispersión, pero a fin de cuentas los riesgos están para tomarse. Juan es un director de cine, tiene una posición consolidada y una familia adinerada pero se entera que es un nieto recuperado. Y si bien es un eje importante, lo asombroso es la manera en que se lo desvía para otorgarle un tratamiento diferente con ribetes de carácter fantástico, a partir de un juego en torno a la herencia genética. Además-y este es tal vez el punto más estimulante-se construye una mirada en torno a lo femenino que enriquece la perspectiva de la película antes de que caiga en la cárcel de un discurso recurrente y trillado en el cine argentino reciente. La curiosidad, la espontaneidad y la sensibilidad son atributos puestos en las miradas que Palavecino consagra a las mujeres pese a que el núcleo narrativo de la historia se centra en Juan y sus conflictos permanentes. Si algo que acerca a Hija única con otras películas recientes es la forma en que conjuga lo político con lo genérico sin necesidad de pensar en la posibilidad de que un término excluya al otro. Desde el comienzo, los primeros planos acompañados por música clásica cargan operísticamente la puesta en escena y nos insertan en la esfera del melodrama. Se trata de un rompecabezas onírico que abre una serie de interrogantes en torno a lo que se ve y lo que se narrará. El tono está puesto en ese preciso momento. En su corta carrera Palavecino comienza a construir una poética en base a ciertos elementos también visibles en este filme: decisiones e incertidumbres que involucran a las mujeres y trastocan su identidad, la opresión que ejercen los espacios y una exploración de los sentimientos de los personajes a los cuales nunca suelta el ojo de la cámara. También cabe destacar el uso de la música que marca el tono de la historia. Más allá del inicio hipnótico señalado con Prokofiev, se destaca la referencia intertextual a La flauta mágica de Mozart, sobre todo en la tensión manifiesta entre lo visible y lo oculto, o en la perturbadora presencia del imaginario del mundo de hadas que parece invadir a Delfina, la pequeña protagonista, en sus incursiones por los cuartos para espiar, descubrir objetos y esconder llaves. Hija única es una película elegante sin que ello la desmerezca. Tiene un problema con el registro actoral, con los modismos en el habla y probablemente con el ritmo, sin embargo, su filiación con los géneros clásicos sin gritar sus influencias la convierte en un filme sensible e inteligente frente a una temática que demanda nuevos modos de atención. Por Guillermo Colantonio @guillermocolant
TODOS SOMOS UNICOS (PARA OTRA PERSONA) Hija única, de Santiago Palavecino, es un film que cuestiona ciertos aspectos de la identidad con dos personajes claves interpretados por la misma actriz (Ailín Salas) y una historia de fondo conocida: el robo/secuestro de bebés durante la última dictadura militar argentina. Hay un cuestionamiento psicológico constante donde penden de un hilo las concepciones establecidas acerca de ser “único”, “nada” o tener una “doble vida”. Los cambios temporales que permiten la comprensión de la historia, a veces, no se sincronizan bien con el guión y el montaje, de todos modos nunca perdemos la tensión que bien saben generar la sordidez de los protagonistas. Hay algo en ellos de misterio marca Edgar Allan Poe, nos damos cuenta apenas escuchamos -con algo de extrañeza- uno de sus nombres: Berenice. Deja metáforas interesantes que circunscriben el argumento, como el cuento y la ópera de Mozart La flauta mágica que pretenden empoderar la redención de alguien luego un episodio tortuoso. Provisto de tomas subjetivas, el director nos deja inmersos en ese entramado de cajas chinas y no cae en lugares comunes para abordar su cuota de herencia histórica, sabe despojarse de ella para contar la historia original. Aunque con pequeños chispazos de una insípida historia de amor termina por incinerar algunos pasajes de misterio bien logrados (en especial desde lo técnico y posproducción). La música clásica funciona bien y lo suficiente para tapar grietas de la trama. Es una apuesta interesante desde lo temático y estético que termina mutando, a lo largo de sus 112 minutos, en otro drama más del montón. Cuando tenemos ya toda la información para cerrar la(s) historia(s) ponemos en duda algunos giros retorcidos del argumento y su temporalidad. Se destacan en Hija única la fotografía, la música incidental y un plano secuencia dentro de un cementerio filmado con mucha soberbia. El elenco lo completan los protagónicos Juan Barberini (hace de un guionista de cine), Esmeralda Mitre (su esposa) y, en breves apariciones, la siempre lúcida Susana Pampín, y hay que decir que los actores secundarios terminan siendo mucho mejores que los principales (exceptuando a Salas).
La doble herencia Hija única (2016) es el cuarto opus de Santiago Palavecino, sumerge al espectador en un misterioso juego de espejos y expande los elementos del melodrama clásico para encontrar zonas que abarcan los problemas de la identidad, sin dejar de lado una trama rica en subtramas, apoyada en buenas actuaciones y con una notable dirección por parte del propio Palavecino.
Desde otro punto de vista, el director Santiago Palavecino aborda el tema de las identidades sobre los hijos de desaparecidos. ¿Quiénes son realmente?, ¿cuáles fueron sus familiares biológicos?, además de los conflictos existenciales que perturban la mente. En este caso toma como referencia la historia de Juan (Juan Barberini), un cineasta que obtuvo un nuevo apellido y entrecruza su vida con dos mujeres, la actual Berenice (Esmeralda Mitre), en el año 2005, y la del pasado, ubicada en 1992, llamada Julia (Ailín Salas), acompañado por su primo Guillermo (Luciano Linardi), en ambos períodos temporarios. La historis va y viene en el tiempo, mezclando el presente, con el pasado y con el futuro, año 2017, que es cuando comienza esta narración. Esta realización es un entramado complejo, con varias capas que hay que ir descubriendo, porque el nudo conflictivo tiene que ver sobre quién es la hija de Berenice y Juan, que se llama Delfina (Carmela Rodríguez), y sobre todo de quién es, si es real o un fantasma del pasado. Si usted siente que se marea con lo que le estoy contando en estas líneas, créame que es así. El relato tiene un ritmo muy lento, con cruces temporales de tres estadíos distintos, con escenas en algunas ocasiones demasiado largas y tediosas, y otras tomas secuencias también extensas que estéticamente son lindas pero enlentecen aún más la narración. Sumado a esto, en ciertos momentos la cámara se mueve demasiado temblorosa tornándose molesta e irritante. Tampoco ayudan muchos las actuaciones de los protagonistas, que tienen que decir los diálogos siempre serios, dramáticos, demasiados pesados, no dan respiro, agobiando al espectador. El director planteó su obra de manera muy pretenciosa, intimista y personal, pero lo que finalmente logró es un rompecabezas en el sentido literal de la palabra, ideal para cinéfilos porque realmente rompe la cabeza. En resumen, para verla hay que estar con las neuronas muy atentas, la mente abierta, y creer el verosímil que no están contando.
Es el año 2017, Delfina (Ailin Salas) vuelve a la Argentina tras una larga temporada en Nueva York. Su primera parada es el cementerio: allí yacen Marta y Julia Romero. Hija Única, el cuarto largometraje de Santiago Palavecino (Algunas chicas, La vida nueva, Otra vuelta, ) construye un relato cuya linealidad se pierde en la fusión entre lo onírico y el pasado. Un incendio, la herencia de una estancia, la pérdida de un viejo amor y la entrega de una cadena por parte de una mujer misteriosa (Susana Pampín) son apenas algunos de los sucesos que ocurren en un pueblo de Buenos Aires, donde llega Juan (Juan Barberini) luego de aceptar su condición de hijo de desaparecidos. La relación entre la identidad del hombre y lo acontecido durante la última dictadura no es uno de los temas en los que la película profundice, sino que es tomado de un modo superficial, para presentar al personaje y entender la confusión en que vive desde siempre: esos múltiples mundos que se le aparecen a partir de ser consciente, por ejemplo, de que el día en que festejaba su cumpleaños en la infancia era, en realidad, la fecha de su secuestro.
Recuerdos que anuncian el porvenir Laberíntica, con reflejos, situaciones que se replican y personajes desdoblados, la película de Santiago Palavecino recuerda. Hay misterios que el rostro de la actriz Ailín Salas contiene, con títulos recientes como Lulú (Luis Ortega) y La helada negra (Maximiliano Schonfeld), ejemplos de su hacer extrañado, capaz de situarse en un registro que altera y vuelve impaciente a la película. Es ella, justamente, el quiebre visual de Hija única, la película en clave (casi) fantástica de Santiago Palavecino: cuando Delfina (Salas) vuelve a Argentina, visita un cementerio y observa la foto de una de las tumbas, exactamente igual a ella. Momento que suspende lo que se relata y provoca un agujero negro, como un espejo que distorsiona y hace presente el pasado. Así como la figura de Delfina se desdobla, otro tanto habrá de ocurrir con los demás personajes. En primera instancia, lo que ocurre es el flashback, que oficia como racconto y despliega imágenes a su vez replicadas. De esta manera, quien sobresale es su padre, Juan (Juan Barberini), director de cine que piensa el guión de su próximo proyecto cuando le avisan del colegio que su hija se comporta de manera extraña, al adoptar la identidad de una niña que ha perdido a su madre. La situación desemboca en otras, parecidas, conectadas. Juan es hijo de desaparecidos, no lo supo siempre, durante 25 años celebró una fecha de nacimiento inventada. Pero para llegar aquí hay que viajar otra vez al pasado, el flashback sobre el flashback. La vida de Juan se desoculta en este ir hacia atrás, a través de un salto dual. Es al llegar a esta situación esencial, de descubrimiento personal, cuando aparece Julia, esa chica de facciones idénticas a las de la hija que aún no tuvo. La conoce al dejar la ciudad y visitar el pueblo, en la casona de un recuerdo que cuesta revolver; una vez allí, podrá paginar otra vez un libro leído hace muchísimo, desempolvar los vinilos, y abandonarse en la habitación a la luz de un atardecer naranja (la fotografía de Fernando Locket es destacable). La figura del doble mantiene un correlato con los demás; como es el caso de la esposa de Juan, apropiadamente llamada Berenice (Esmeralda Mitre), quien también guarda una doble vida ‑rubia tal vez hitchcockiana, esconde un guiño sobre su color de cabello‑. Juan, por otra parte, trabaja sus guiones en compañía de un amigo, en quien también se juega la dualidad correspondiente, así como imagen que devuelve otra, parecida a la del propio protagonista. Destacan, a su vez, elementos que previenen o recuerdan, como el incendio visto desde el interior del automóvil, en plena ruta; remembranzas de lo que ha sucedido o todavía no. El viso fantástico lo aporta la investigación que dice que las experiencias traumáticas persisten en el ADN. Recuerdos, impresiones, que asoman sin previo aviso, destinados a despertar en algún momento. El parentesco físico sería una de las consecuencias. Este ligamen conceptual será también acompañado desde la presencia de dos mujeres (Susana Pampin y Elvira Onetto), suerte de tábanos que persiguen a Juan, dedicados de manera insistente a la necesidad de recordar. A partir de una de ellas, un colgante aparece y desaparece, para pasar de mano en mano como figura medular. El laberinto de este guión meticuloso, preocupado por generar situaciones que despierten relaciones recíprocas, tiene por momentos ciertos subrayados. Es decir, se hacen evidentes las intenciones del relato a través de algunos parlamentos, participaciones musicales, y sobreactuaciones. Como si se aclarara la importancia de lo que se está diciendo, algo que de suyo propio lo es. Es esto lo que dilata la película desde una intención que parece, a veces, procurar un arribo dramático y estridente, acorde con el prólogo: de música e imágenes casi inconexas, capaz de despertar un interés fantasmal. Cuando la película de Palavecino (realizador de La vida nueva y Algunas chicas) se pierde en su misterio, es cuando obtiene sus mejores momentos; es decir, cuando deja al espectador la responsabilidad de unir los elementos dispersos, cuyas asociaciones pueden ser mucho más profundas que cualquier explicación. Ahora bien, recordar no es tarea fácil. El cine de Palavecino se arroja a esta cuestión, le anuda un sesgo argumental, y sabe salir airoso.
La película que conecta con L’économie du couple es la argentina Hija única, de Santiago Palavecino. En esta película también hay una pareja en crisis, y con una hija (no contar más el argumento como política, y como amabilidad a una película que sabe dosificar su planteo con inteligencia y eficacia), pero sobre todo hay una casa como eje importante, una casa con campo, una estancia, que no ha sido puesta en valor. A su modo, nada directo, Hija única es también sobre economía. Es una película en la que no se revaloriza nada, no se produce riqueza, nunca: los personajes orbitan alrededor de bienes heredados, el único trabajo del que se habla es el de guionar y hacer películas pero nada parece muy concreto, así como el plan del maxikiosco; nadie parece aportar demasiado al PBI, digamos. Es una película que va al pasado y lo trae como trauma, como fuente imparable, poderosa. Pero si fuera solo una cuestión temática el atractivo de Hija única no estaríamos ante uno de los estrenos locales más seductores del año. Anomalía de director anómalo, Hija única es una de esas películas que se animan a ir contra la corriente, contra las corrientes, desde el principio: un rostro cercano, gigante en la pantalla de cine -véase en cine-, música que no se pone como compromiso o para quedar oculta, actuaciones de sobriedad ejemplar y a la vez alejadas de cualquier minimalismo o indolencia, personajes que pueden actuar movidos por repentinos enojos, o descolocarse y descolocarnos, y darle vida a una propuesta inusual y fascinante. Palavecino hace un cine argentino que no le teme a la historia, al alcance general de una visión del país, a Borges, al fantástico, al melodrama -ese prólogo con lluvia es de una osadía asombrosa-, ni al cruce con el Leonardo Favio más flamígero. Si hasta Susana Pampín, con su personaje, recuerda a La Lechiguana de Nora Cullen. Palavecino hizo una película única al procesar sin grumos varias influencias, adns diversos, múltiples. Y afirma su voz individual en un cine argentino afortunadamente cada vez más difícil de encasillar con tres o cuatro etiquetas.