Con todas las cuestiones relacionadas a la realización de una película: Producción, fechas de rodaje, actores, compromisos, superposición de estrenos, calendarios caprichosos, etc, es difícil clasificar esta época como un revivir del cine bíblico. La suerte y avatares de cada proyecto hicieron, y harán coincidir en 2014, a tres realizaciones de diferente factura como“Noé” (conocida hace un par de semanas), “Exodo” (a estrenarse en diciembre), e ”Hijo de Dios” que nos ocupa ahora.
No es por aguarle la celebración de la Pascua a nadie, pero probablemente estemos frente a la más olvidable de las obras cinematográficas hechas hasta el presente sobre Jesús. ¿Hace falta decir de qué se trata? Sí puntualizar que la mayor parte del relato se centra en él, ya crecido, pasando por los hechos archiconocidos ya no por el catolicismo sino por toda la humanidad, como si fuera un cuadro sinóptico, pasamos por el “reclutamiento” de los apóstoles (sólo un par de ellos, no vaya a creer que alguna vez veremos cómo entran Andrés o Bartolomé), el desierto, la curación del ciego, Lázaro, las piedras por peces y pan, Caifás, caminar por el agua, las prédicas… no falta nada de lo visto en catecismo o en la tele.
Las escenas, el vestuario de estampita, la opacidad de la fotografía, los decorados e insólitamente los efectos especiales (leve uso del CGI incluido), son de una mediocridad agobiante. Visualmente es difícil no pensar que el director depositó su entera confianza en la fuerza de la historia. Como si hubiera hecho una encuesta a la salida de una misa dominical para ver qué tipo de película quiere el público, además de creer que la corrección de su impronta como narrador sería suficiente para que los especialistas no lo destrocen.
Christopher Spencer (justo ese nombre, vea usted) llega hasta ahí. Sin jugarse ni un poquito a ofrecer siquiera un relato desde el punto de vista de cualquier otro personaje. El de un apóstol de Jesús, el del burro que lo transporta a Jerusalén, cualquier opción hubiera sido más constructiva que la de hacer una remake lavada de “Rey de reyes” (1961), vista diez mil veces en la tele de antaño.
Habiendo hecho documentales durante toda su carrera era esperable una floja dirección de actores, pero en este sentido el autor de “El hijo de Dios” logra superarse e inculcar a casi todo el elenco la expresividad de un omóplato. Hasta Pilatos (Greg Hicks) parece un villano de manual considerando que el personaje está interpretado por un actor que ya había participado en producciones anteriores sobre temática religiosa. Lo que será ver la miniserie, si éste es el recorte elegido para estrenar en cines.
Los únicos que hacen su trabajo con compromiso hacia el personaje (y la historia) son los dos autores de la música: Lorne Balfe y Hanz Zimmer, es tan bueno lo de ambos que alcanzaría con poner el disco y leer la biblia en un sillón para emocionarse (y enriquecerse) con esa parte de las escrituras.