Crónica de una pasión
Carlos Portaluppi y Ana Katz protagonizan esta más que digna tragicomedia.
Hugo (el siempre solvente Carlos Portaluppi) es un típico tachero porteño: impulsivo, un poco calentón y, claro, muy futbolero. En uno de sus tantos viajes diarios, una mujer (Ana Katz) y su hijo preadolescente dejan su billetera. El decide devolvérsela (los documentos son del muchacho) y allí descubre que el pibe es un potencial gran jugador.
Entre Hugo, que no tiene familia y lleva una vida sexual bastante patética, y el chico, que no tiene figura paterna a la vista, surge una alianza implícita (él promete usar sus influencias en el club San Lorenzo, donde alguna vez supo jugar unos pocos partidos como profesional, para que su protegido participe en una prueba selectiva), mientras los adultos intentan como pueden, como les sale (bastante mal) algún torpe acercamiento afectivo.
Sin grandes pretensiones, los directores cuentan una pequeña historia sobre una suerte de familia disfuncional, sobre la pasión (dependencia y catarsis) futbolera y sobre las contradicciones y miserias íntimas de un hombre que pone en el otro, en el afuera y en el fanatismo todo aquello que se niega a ver en su interior.
Con una narración muy correcta y dos protagonistas que dan el tono justo, Hijos nuestros es un film amable, llevadero, por momentos hasta tierno y gracioso, pero con un trasfondo amargo, de tragicomedia despiadada. Ese monstruo que todos llevamos dentro, se sabe, alguna vez tiene que salir...