El camino desemboca en otro lado
La película de Daniel Otero y Nicolás Suárez narra la historia de Hugo, un taxista solitario, futbolero y bastante protestón que se vincula con una pasajera separada y su hijo adolescente.
Hugo (Carlos Portaluppi) es uno de los típicos tacheros que alguna vez hemos conocido. Quejoso, fanático del fútbol (San Lorenzo, en su caso), pasa gran parte del día recorriendo la ciudad. Los momentos de distención (de amistad o incluso sexuales) son pocos y no parecen palear la amargura que con frecuencia expresa. Un día una pasajera (Ana Katz) se sube al taxi con su hijo y se olvida allí su billetera. Él, con un poco de galantería, se acerca para devolvérsela y allí surge una suerte de “amistad compinche”, aunque algo distante. Vínculo que se profundiza cuando él comienza a alentar al muchacho a buscar un puesto en el club que tanto ama.
Hijos nuestros (2015) tiene como eje central al fútbol (un tema que recorre buena parte de la programación del 30 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata); como espacio de pertenencia, pero también como la señal de una familia ausente. Pese a la soledad, siempre habrá un equipo para alentar; en las buenas y en las malas. En el caso de ella, la conexión con la vida es mucho más amorosa; si bien está criando a su hijo sola (el padre no da demasiadas señales), ambos se llevan muy bien. El trabajo y sus creencias budistas también la inclinan hacia una vida mucho más plena y equilibrada.
Los directores consiguen plasmar el vínculo entre los personajes de manera orgánica, apelando a una puesta en escena sencilla, que captura momentos de verdad en el mundo cotidiano de cada uno de ellos. Se nota una química entre Portaluppi y Katz, quienes ya se habían destacado juntos en Una novia errante.
Sin golpes bajos, pero sí con escenas que producen quiebres emocionales, Hijos nuestros transita una zona reconocible (en los temas, en los sentimientos que despliega, en los espacios) pero no cede ante el costumbrismo. No innova en ningún terreno, es verdad, pero sigue a sus personajes y no los traiciona; aún en sus miserias los muestra vulnerables, queribles, y abiertos a un cambio que los haga sentirse mejor.