En Hijos nuestros (2016), Carlos Portaluppi interpreta a un fanático de San Lorenzo de Almagro que trata de superar un presente signado por la frustración. Juan Fernández Gebauer y Nicolás Suárez llevan a la pantalla grande una historia costumbrista con buenas intenciones, aunque no convence por completo.
Hugo (Carlos Portaluppi) fue jugador de San Lorenzo, pero en la actualidad trabaja de taxista. Sus días son monótonos y solitarios hasta que suben a su auto Silvia (Ana Katz) y Julián (Valentín Greco): una madre que se encarga sola de su casa y su hijo adolescente, aspirante a jugador de fútbol profesional. Distintas circunstancias hacen que se crucen más de una vez, lo que provoca en Hugo tanto un interés por Silvia como por la incipiente carrera del joven, a quien intenta ayudar para que ingrese a las divisiones inferiores de San Lorenzo, el club de sus amores.
Fernández Gebauer y Suárez retratan a un hombre común, que tuvo un sueño que se le escurrió entre los dedos, y que se consuela con ser un simple espectador de su pasión cada fin de semana. Mediante su historia se pone en foco un aspecto importante del “ser argentino”: la importancia del fútbol, el barrio, el club…
Portaluppi logra una excelente interpretación a través de la cual el público comprende a Hugo. Y la naturalidad con la que imprime cada escena lo convierte en cercano. Katz hace una actuación correcta que también permite una identificación, pero sin descollar.
Hijos nuestros es una radiografía de un hincha; de una pasión que se asemeja a la religión; de un fanatismo que sólo entienden aquellos que lo sienten. Pero además, muestra que ese sentimiento muchas veces subsana una problemática interior, que no se expresa fácilmente. Una película sobre la cotidianeidad que invita a la reflexión.