El costumbrismo argentino tiene sus bemoles, y muchas veces cuando se lo ejerce en la pantalla parece ser lo contrario del cine. La historia de este taxista (Carlos Portaluppi) más callado y retraído de lo que podría ser y totalmente absorbido por su pasión futbolera (San Lorenzo, el cuadro de moda, de paso) elude muchos de los lugares comunes de la comedia de costumbres (no todos) y brinda un paisaje humano creíble y en general cálido.