Una película que gira alrededor de la no tan cercana creación de un artefacto sexual femenino, parecía a priori una idea más apropiada para un telefilm a ser emitido en un canal erótico. Sin embargo la directora Tanya Wexler, en su tercer y más importante opus, se las arregla para otorgarle al asunto un interés argumental que escapa cómodamente a este concepto. Es más, Histeria, La historia del deseo no es precisamente un film erotizante, sí un retrato de época levemente psicologista e irónico, con algunos pasos de comedia y una subtrama romántica. Porque la película, fuera de sus connotaciones sexuales, no se destaca por su irreverencia, y trata la historia con cierto espíritu naif. Pierde en el recuerdo de Cuerpos perfectos de Alan Parker, ubicada en época similar y bastante más audaz y desprejuiciada.
Aún así, trasladándose a la Inglaterra de finales del siglo XIX, el film ofrece apuntes y hechos llamativos, de los cuales no se tenía demasiada información. En su desarrollo curiosea en la peculiar trayectoria del doctor Joseph Mortimer Granville, que por aquellos años se sumaba un tratamiento médico -y con el cual se presenta la mayor sorpresa-, que indicaba que ciertos síntomas femeninos denominados comunmente como “hysteria”, se debían tratar con masajes en la zona genital. Esta suerte de hedonistas o masturbatorios ginecólogos del pasado empezaron a cobrar notoriedad entre las presuntas pacientes, y el especialista mencionado se atrevió a ir unos pasos más allá en lo suyo. Más allá de la jugosa anécdota, Histeria no ofrece mucho más, e incluso desaprovecha el personaje de la siempre convincente Maggie Gyllenhaal, una defensora de la igualdad de género, de clase y propulsora del sufragio femenino. Vale la pena apreciar el desfile de imágenes de utensilios que acompaña los títulos finales, en sintonía con la temática del film.