Mujeres estimuladas
Este tercer largometraje de la estadounidense Tanya Wexler es una pequeña (también modesta en hallazgos) comedia de enredos sobre la sexualidad femenina ambientada en la Londres victoriana. El film empieza con un tono algo grotesco que hace temer lo peor, pero -por suerte- con el correr del relato adquiere cierta gracia, interés y -digamos- complejidad, sobre todo gracias a los buenos aportes de intérpretes como Maggie Gyllenhaal y Rupert Everett.
El protagonista, de todas maneras, es el inexpresivo Hugh Dancy, que interpreta a Mortimer Granville, un médico que se rebela contra el conservadurismo y la ignorancia de sus veteranos colegas y, por lo tanto, dura muy poco en cada uno de los hospitales que lo emplean. Rechazado una y otra vez, termina trabajando con Dr. Robert Dalrymple (Jonathan Pryce), un facultativo que se ha especializado en tratar casos de histeria en insatisfechas mujeres maduras con una “técnica” que consiste en… masturbarlas. El agraciado Mortimer se convertirá en una “celebridad” entra las aristócratas inglesas al punto de sufrir tremendos dolores en sus manos tras las intensas sesiones.
Además, Dalrymple tiene dos hijas: la cerebral y eficiente Emily (Felicity Jones) que vive con su padre y pronto se convertirá en prometida de Mortimer; y la impulsiva y contestataria Charlotte (Gyllenhaal), una mujer protofeminista y con ideas socialistas que se ocupa de ambiciosas y esforzadas tareas asistenciales. Todo está servido, entonces, para un triángulo afectivo entre el protagonista, la seguridad que ofrece Emily y la audacia de Charlotte. La otra vertiente de la historia tiene que ver con su amistad con el millonario Edmund St. John-Smythe (Everett), con quien irá desarrollando -un poco de casualidad- un invento que se convertirá en el… ¡vibrador!
La película no ahorra en clichés, estereotipos y licencias históricas, pero aun con su vuelo bajo y sus altibajos (hay escenas bastante logradas y otras que bordean el ridículo) termina siendo medianamente eficaz y entretenida, sobre todo porque Wexler (Finding North, Ball in the House) supo contagiar a sus intérpretes del tono ligero, fluido, casi lúdico que le imprimió al relato. No es un logro notable, es cierto, pero termina compensando las limitaciones del material.