Una fábula victoriana
“Histeria” es un juego, es casi una representación escolar para ilustrar una clase de historia. El ojo de la directora Tanya Wexler se posa sobre un período: fines del siglo XIX en Gran Bretaña, y particularmente sobre la influencia de la medicina y otros avances científicos tecnológicos, en las costumbres de la época.
El guión, responsabilidad de Jonah Lisa Dyer y Stephen Dyer, presenta a un joven médico, Mortimer Granville (Hugh Dancy), quien busca trabajo en hospitales y clínicas privadas de Londres, donde se debe enfrentar no solamente a las enfermedades sino a la ignorancia de los viejos doctores, aferrados a prácticas ya superadas por los nuevos descubrimientos de la ciencia. Entre ellos, tiene una escatológica discusión con un médico jefe en un hospital que niega la existencia de los gérmenes e ignora por completo las normas elementales de higiene. Esa discusión deja a Mortimer en la calle.
Por suerte, el joven profesional tiene un amigo, que es también su mecenas, Edmund (Rupert Everett), un inventor que se la pasa experimentando con artefactos novedosos, como generadores de electricidad y teléfonos, dilapidando la fortuna familiar de esa manera.
El médico, finalmente consigue trabajo en la clínica del Dr. Robert Dalrymple (Jonathan Pryce), especialista en señoras, a quienes trata del mal conocido en la época como “histeria”. Su sala de espera está siempre repleta de mujeres que van a aliviar sus tensiones, de la mano del facultativo, quien recibe la llegada de Mortimer con un gesto de alivio, ya que no da abasto para atender satisfactoriamente a todas sus pacientes.
Paralelamente, el joven le echa el ojo a una de las hijas del afamado profesional, Emily (Felicity Jones), una jovencita dedicada al piano y a algunas ramas del conocimiento científico, como la frenología, cosa que agrada mucho a su padre. Aunque también irrumpe en escena el torbellino llamado Charlotte (Maggie Gillenhaal), la hija mayor, considerada “un caso difícil” por su propio progenitor.
Así, Mortimer aprende rápidamente a aplicar el método del Dr. Dalrymple a las atribuladas mujeres afectadas por el mal de la época, a quienes ayuda a aliviar los síntomas, siguiendo las indicaciones de su jefe. El trabajo, sin embargo, le causa algunos trastornos a su mano derecha, por lo que se siente cada vez más incómodo, pero como el sueldo es alto, y por si fuera poco, Dalrymple vería con agrado que Mortimer fuera el heredero del prestigioso consultorio, previo casamiento con Emily, el joven decide poner empeño en su tarea.
En tanto Charlotte, la hija descarriada, avergüenza a su padre ocupándose de menesterosos en las zonas más humildes y peligrosas de la ciudad. La muchacha encarna las ideas incipientes acerca de la emancipación femenina y también adhiere a las nuevas tendencias en cuanto a higiene y educación, pretendiendo mejorar la condición de los menos favorecidos. De ahí que reciba el mote de “socialista”, posición que no se ajusta a los preceptos paternos.
Al modo de una comedia de enredos, habrá idas y venidas, y finalmente, Mortimer perderá su empleo, no se casará con Emily y terminará enamorado de Charlotte. Y en medio de todo ese lío romántico y social, inventará casi por casualidad, con la ayuda de su amigo y mecenas, una aparatito que hará más fácil la tarea del especialista en señoras, y así dará origen al vibrador, objeto que al poco tiempo logrará hacerse muy popular en la sociedad de la época gracias al impulso de la industria.
La propuesta de Wexler no pretende ir más allá que del entretenimiento liviano con algunos guiños picarescos, en donde los personajes se acercan a la caricatura en clave de humor naif.