Vibra, vibra y se apaga
Histeria es una comedia anacrónica y naif que apela al tabú de la masturbación femenina y de la búsqueda del placer sexual, algo que en el siglo XIX era considerado poco más que una depravación, condenada por el saber médico y la religión. Más allá de la anécdota, cuando una mujer era diagnosticada de padecer la enfermedad de la histeria se llegaba a extremos tales como la extirpación del útero o eran encerradas en manicomios y sometidas a tortuosas prácticas poco santas.
Pero la película que nos convoca, lejos de explorar sesudamente ese conflicto lo banaliza hasta transformarlo en una historia simple que da pie al humor blanco e ingenuo con el que la directora Tania Wexler parece sentirse a gusto y sólo se remite a un registro prolijo de la acción que plantea por un lado un triángulo amoroso donde dos hermanas, una sumisa y estudiosa de la frenología (Felicity Jones) y la otra rebelde y oveja negra de la familia (Maggie Gyllenhaal), temperamental y decidida a ir contra los mandatos paternos para ayudar a los más necesitados, se disputan la atención de un médico joven y con ideas demasiado modernas de la medicina (Hugh Dancy), quien comienza a trabajar como ayudante del padre médico (Jonathan Pryce), quien dice tener el método para curar el mal femenino con unos masajes manuales que alivian a sus pacientes hasta provocarles el orgasmo.
Al quinto gemido de felicidad de una galería de mujeres de clase alta con características diferentes, la novedad de Histeria se agota para el público (por lo menos masculino) y el film pierde el rumbo y se torna predecible, con lugares comunes y estereotipos a granel.
La reconstrucción de época es apenas un pretexto para darle trasfondo a una trama sencilla, que por momentos no acierta en los pasos de comedia dado que este género felizmente fue evolucionando de un siglo a otro, aunque parece que esta directora no se enteró todavía.