Fresco film de época tiene la actriz ideal
Cada tanto el cine británico le echa socarronamente un vistazo a los tiempos de imperial esplendor de las islas, allá a fines del Siglo XIX, cuando Londres era el centro del mundo, y era también una mugre almidonada y encorsetada. Los avances científicos, técnicos y económicos y el aire de satisfacción y dominio de las clases pudientes daban admiración, envidia y odio a otros países, y también a unos cuantos británicos de las clases nada pudientes. El progreso evidente de la medicina chocaba con las mentalidades más retrógradas o el usufructo de los charlatanes. Etcétera, etcétera.
Así conocemos al protagonista de esta historia, joven médico en lucha por la higiene pública, abatido por un jefe de hospital que se niega a creer en la existencia de los gérmenes. Y es jefe. Desplazado del hospital público, termina en la clínica privada de un chanta con diploma, especialista en la entonces llamada histeria femenina. El nuevo miembro de la clínica deberá aplicar las curaciones habituales a las pacientes histéricas, más bien a las clientas. Pudorosamente, no diremos en qué consisten esas curaciones. Pero a nuestro pobre doctorcito se le cansa la mano.
Es ahí donde entran a tallar los otros dos héroes del relato: un amigo inventor que experimenta con la electricidad, y la hija del chanta diplomado. Aprendiendo del amigo, el médico empieza a desarrollar un aparato auxiliar para el tratamiento de la famosa histeria, y así sucede lo que sucede. Si, señor, esta película cuenta cómo el doctor Joseph Mortimer Granville creó el «nerve vibrator» y empezó a usar la mano para brindar con champán y vigilar su creciente cuenta bancaria, en vez de atender artesanalmente mujeres quejosas. Toda esa es la parte más divertida y llamativa de la película. Pero hay algo más: la mencionada hija.
Ella no es histérica, para nada. Ella es alegre, lúcida, bonita, desenvuelta, avanzada, piensa con su propia cabeza y, además, es solidariamente activa con los niños pobres. A través de sus actividades, tendremos un mayor panorama de aquella época, y de la capacidad femenina para mejorar las cosas en el mundo. La parte suya es, simplemente, el corazón de la película, lo que le hace combinar comedia de costumbres, comedia romántica, y reflexión sobre modelos de vida, evitando que la obra quede sólo en lo amablemente picaresco.
Maggie Gyllenhaal es la intérprete, y sin ella no saldría el sol. La acompañan Hugh Dancy, Rupert Everett, Jonathan Pryce y otros buenos artistas, haciendo lucir diálogos y momentos risueños, linda ambientación, personajes simpáticos, como para pasar un rato agradable, aprender algo y reirse de los tiempos pasados, que ésa es la idea. Dirección, Tanya Wexler, una cineasta que está haciendo carrera.