Un cuento de hadas progresista
El régimen victoriano, la Londres de 1880: una sociedad de modales refinados, demarcada por su diáfana división de clases y del trabajo, pendiente del lenguaje en público, obediente del orden imperial y civilizadamente curiosa. Los placeres de la carne, de existir, estaban localizados en la utopía conyugal, aunque aparentemente los hombres de aquel entonces no siempre reparaban en el bienestar erótico de sus esposas.
Pero, como Histeria deja en claro desde sus planos iniciales, la represión no era del todo invencible. El deseo insistía, y las mujeres estigmatizadas como histéricas recurrían a un famoso médico cuyo tratamiento consistía en untarse las manos con aceites especiales y masajear la vulva de la paciente hasta que alcanzara un "paroxismo satisfactorio".
Si el respetable doctor Dalrymple tuviera hoy un consultorio, su tratamiento poco tendría que ver con la medicina, pero unos 130 años atrás el orden simbólico legitimaba una masturbación aséptica, que era entendida como una terapéutica. Toda perspectiva es hija de su tiempo.
Y no es todo, pues el tercer filme de Tanya Wexler, una comedia didáctica basada en un hecho real, también reconstruye la invención del vibrador.
El juguete portátil capaz de ofrecer autonomía al placer femenino fue fruto de una intersección azarosa: un día, tras reiterados calambres por la frotación de las zonas íntimas de sus pacientes, al idealista doctor Mortimer Granville, asistente de Dalrymple, se le ocurrió aplicarse un plumero eléctrico sobre la mano para calmar el dolor.
Dio resultado, pero también imaginó otras aplicaciones "médicas". Insólito pero real, el consolador es un producto de la época victoriana.
Además, Wexler propone una agenda política combinada con la trama romántica. Una de las hijas de Dalrymple era socialista y feminista, trabajaba y vivía con los pobres y creía en la igualdad de géneros. De a poco, el corazón de Granville sería suyo.
Lo mejor de Histeria pasa por validar el lugar del conocimiento en una sociedad. Discutir sobre la existencia "invisible" de los gérmenes y destituir la histeria nombrándola como una ficción resulta didáctico y simpático.
Pero Histeria no es Un método peligroso, y Wexler no es Cronenberg. Es por eso que este cuento de hadas progresista, cuidadoso en su reconstrucción de época, abunda en lugares comunes y subraya en demasía su moraleja; hasta podría ser un filme de Disney o una producción de Billiken, aunque el deseo nunca ha sido el negocio predilecto de las buenas costumbres y los valores supremos.