AMISTAD (Y RACISMO) EN EL AIRE
Historia de honor representa un tipo de cine que parecería estar en retroceso hoy, una historia de amistad masculina en el marco de un conflicto bélico, más precisamente la Guerra de Corea allá por comienzos de la década de 1950. Claro, hay una trampa para que esto le interese a alguien en el Hollywood del presente: contar la historia de Jesse Brown, el primer piloto afroamericano en volar en combate para la Marina de los Estados Unidos. Por lo tanto, el film de J.D. Dillard se convierte a través de la intensa interpretación de Jonathan Majors en un relato de camaradería varonil, coraje militar y heroísmo, sí, pero sobre todo en un drama que señala el racismo y cómo Brown usó ese desprecio en contra como combustible para sus proezas aéreas, aunque a veces pareciera quedar atrapado en sus pensamientos y tormentos.
La base del relato es la relación entre Brown y Tom Hudner (Glen Powell, que también apareció en Top Gun: Maverick, con el que este film comparte algunos detalles y cierta estructura del guion), un piloto igual de talentoso pero más riguroso en relación a los aprendizajes obtenidos en la Academia. Y ese es un conflicto basal aquí: la disputa moral entre quien se corre de las normas y quien las sigue a rajatabla. No es para nada ingenuo que quien siga las normas sea el blanco y quien las desprecie sea el negro: hay en esa decisión una determinación del que siempre estuvo sometido, romper con lo que se impone como norma es una actitud política. Y la película de Dillard, así como le sucede al mismo Brown, queda atrapada entre su voluntad de ser mucho más que un film sobre el racismo y los apuntes obvios y repetitivos sobre los padecimientos del protagonista.
Lo que juega a favor de Historia de honor es que Dillard resulta bastante pudoroso, tanto para exhibir los padecimientos de sus personajes como para enarbolar un discurso heroico. En ese sentido su film es sumamente clásico, contenido en sus emociones y gestos, y apura sobre el final una serie de secuencias de acción muy bien resueltas, en las que los personajes dejan un poco de explicarse y avanzan desde las demostraciones de valor y lo actitudinal. Así el costado chauvinista de los relatos bélicos norteamericanos queda relegado, en pos de una historia concentrada en dos personajes que confrontan miradas y forjan una amistad de esas que trascienden el tiempo. Y eso en definitiva es lo más interesante de la película y lo que la conecta con algunos clásicos del género. Cuando Dillard se centra en eso, su película se vuelve vibrante y hasta un tanto melancólica; cuando no, gana el discurso y los momentos de actuación para el Oscar. Un dilema un poco insalvable y que parecen hinchar la película hasta los 140 minutos.