El infierno son los demás
(…) GARCIN. – La estatua… (La acaricia.) ¡En fin! Este es el momento. La estatua está ahí; yo la contemplo y ahora comprendo perfectamente que estoy en el infierno. Ya os digo que todo, todo estaba previsto. Habían previsto que en un momento…, este…, yo me colocaría junto a la chimenea y que pondría mi mano sobre la estatua, con todas esas miradas sobre mí… Todas esas miradas que me devoran… (Se vuelve bruscamente.) ¡Cómo! ¿Sólo sois dos? Os creía muchas más. (Ríe.) Entonces esto es el infierno. Nunca lo hubiera creído… Ya os acordaréis: el azufre, la hoguera, las parrillas… Qué tontería todo eso… ¿Para qué las parrillas? El infierno son los demás. (…)
De A puerta cerrada, de Jean-Paul Sartre
Las imágenes se suceden con un ritmo quirúrgico, el montaje es clínico, los primeros planos permanecen en las miradas y se distienden por interminables segundos espectralmente hasta finalmente abrirse y volver a la acción, la realidad. Historia del miedo, de Benjamín Naishtat, quizá no sea una película redonda en todos los apartados que se proponen desde su ambicioso título, pero encuentra en sus atributos técnicos momentos de lucidez expresiva que se complementan para crear climas sombríos que es donde reside el peso de la película. La expresividad que logra en cada uno de sus apartados (montaje, sonido, fotografía) se complementan para dar lugar a una pesadilla donde el miedo al otro termina por invadir las vidas de este espacio residencial que -se intuye- forma parte del Gran Buenos Aires en cada una de sus locaciones fragmentadas.
Si en un comienzo hablábamos de una fragmentación del montaje y luego de una fragmentación de las locaciones que ilustran el espacio ficticio donde se desarrolla la película, hay que hablar también de la fragmentación del guión que, a pesar de su linealidad narrativa convencional, elige ilustrar situaciones antes que desarrollar una continuidad de espacio y tiempo, con la excepción del clímax en el country. Estas situaciones cargadas de tensión, de silencios, están acompañadas de actuaciones que logran, en un registro que puede tornarse artificioso, una fluidez que logra darle naturalidad a cada una de estas secuencias.
Esta complejidad barroca del film no aleja, sin embargo, de ninguna manera al espectador del relato o los personajes. En todo caso, lo que no termina de convencer del reside más bien en cómo se ilustra a determinados personajes. La burguesía acaudalada que vive en el country, a pesar de no ser tan llana como en Las viudas de los jueves, de Marcelo Piñeyro, resulta en personajes acartonados de los cuales sólo en algunos casos podemos entender que se trata de una sinécdoque. Por lo general esto se va a perder, porque el retrato que sugieren algunas líneas de diálogo está más cerca de una visión clasista segmentada que de una visión más amplia que nos permita sentir algún tipo de empatía por el miedo que están experimentando. Sin embargo, a diferencia de la película de Piñeyro, Naishtat decide enriquecer sus personajes con detalles (esas miradas, esos gestos, esas interrupciones tan bien llevadas) que les dan mayor relieve y, por lo tanto, verosímil.
Con Historia del miedo, Naishtat logra un auspicioso debut que demuestra que tiene una voz lo suficientemente personal como para contar una historia utilizando recursos expresivos con una admirable fluidez para tratarse de una ópera prima.