Llega a sala la ópera prima de Benjamín Naishtat, “Historia del miedo”, que compitiera en febrero pasado en la Berlinale y que además hace un corto tiempo se alzara con premios en el festival de Francisco (New Directors) y en Jeonju, Corea del Sur (premio principal de la competencia!).
Dentro de la industria ya se reconoce a este cineasta como un tipo talentoso, y no hay dudas de que lo es. Le sobran ideas para la creación de climas opresivos y paranoicos incluso, manejando presupuestos más que modestos en cuanto a recursos físicos.
Esta es una propuesta distinta a lo que estamos acostumbrados a ver en la escena independiente local, Naishat trae en este relato coral, un silencioso debate donde se juegan conflictos que nos atraviesan como sociedad y que estamos lejos de resolver: el precio de la seguridad individual, los prejuicios ante quien pertenece a una clase social distinta a la nuestra y el abismo que separa a los que tienen, de los que no.
Es otras palabras, esa falta de percepción de las necesidades de nuestros semejantes, que incomoda, molesta y precipita acciones violentas cuando hay diferencias de clase.
La historia no se presenta de forma clara, al principio. Comienza con una serie de pequeños episodios sugerentes, en los cuales nos vamos adentrando en el conflicto principal, la sensación de amenaza que viven un grupo de personas, residentes de un barrio privado en la provincia de Buenos Aires.
Una serie de incidentes, que parecen aislados e inconexos, (alarmas que se activan solas en casas quintas, alambres perimetrales cortados, basura en las inmediaciones del lugar, sujetos con conductas extrañas que no parecen tener sentido) van cobrando fuerza y procurando un universo asfixiante, en el cual la sensación es que, cualquier cosa puede suceder. Y no buena, precisamente.
Es cierto que en “Historia del miedo” hay poco diálogo desde lo formal y que algunas escenas parecen retazos de un conflicto que no termina de estallar, nunca (aunque lo haga, en cierta manera, en el tumultuoso clímax). Naishat narra de manera particular, prefiere que la imagen hable y que los elementos que rodean a sus personajes, no sean marco sino forma. Este es un film que habla, desde el silencio. Logra transmitir la violencia simbólica como pocas veces se ha visto en el cine local últimamente.
En lo personal, creo que el relato es austero y no tan accesible para los que buscan un cine simple y directo. Presenta muchas aristas abordadas de una manera poco convencional y si no estás preparado para el desafío, probablemente te cuesten los primeros treinta minutos de la historia. Después, todo comienza a ponerse en su lugar y se visualiza claramente la dirección del conflicto.
Un muy buen debut para Naishat, con palmas especiales para el trabajo realizado por el magnético Jonathan Da Rosa, un hombre que dará que hablar en el medio. Vale la pena.