Relatos que son signos de su tiempo
Cinco de los siete cortos ponen en primer plano una pareja, pero en ningún caso un matrimonio, todo un reflejo de la época.
Al cine argentino se le venía encima el fin de la temporada y faltaba lo que desde hace más de veinte años es una de sus tradiciones anuales más regulares. Aquí está entonces la edición 16 de Historias breves (hubo varios años en los que no se estrenaron nuevas entregas), para renovar el ritual a través del cual se dan a conocer trabajos de graduados de las escuelas de cine de todo el país, ganadores del concurso respectivo. La selección de este año se ve reducida (como todo) a siete cortos, de poco más de 10 minutos cada uno. Para la estadística, tres de ellos fueron filmados en provincias, dos fueron dirigidos por mujeres (más uno codirigido a medias con un varón) y la mayoría transcurren fuera de Capital, confirmando la voluntad federalista del reciente cine argentino. Dato más curioso, cinco de los siete cortos ponen en primer plano una pareja, pero en ningún caso un matrimonio o dos amigxs, sino madre-hijo, madre-hija y tres relaciones eventuales. Signo, seguramente, del estado de crisis de aquella institución, así como de un mayor peso de lo ocasional en las relaciones de a dos.
Yendo de menor a mayor, Insilios - Exiliados en el interior, de Luis Camargo, es una suerte de buddy movie en pequeño, a partir de la relación entre el empleado de una compañía y un campesino, durante un viaje en ómnibus de Santa Cruz a Río Grande. El primer personaje está bien construido, en base a una serie de datos que van armando el rompecabezas, pero el segundo, totalmente al contrario, es una caricatura de “paisano bruto”, como de mal programa cómico de la televisión del pasado. Sobre una clave bastante caricatural, pero en plan de cine político, Una cabrita sin cuernos, de Sebastián Dietsch –basada, según se dice, en un caso real– desarrolla la investigación que grotescos policías provinciales de bigotes hacen sobre un libro “sospechoso”, en tiempos de la última dictadura. Se trata del libro infantil del título, que tiene un problema: su autor es ruso, y la edición original es soviética. Poblada por todos los clichés imaginables, se la puede dar por perteneciente al género “una que sepamos todos”.
En lo que podría llamarse “zona media” de estas Historias breves, La religiosa (Sofía Torre y Andrea Armentano) presenta otra relación bastante típica, pero con un trazo más fino. Se trata de la que se establece, también en un pueblo chico (ése del infierno grande) entre una madre manipuladora (María Onetto) y su hijo adolescente (Agustín Pardella), que acaba de caer flechado por un desconocido en Carnaval. Hay tensión y climas de gato encerrado, sugerencias de un estallido que no tendrá lugar. Ambigüedad es lo que prima en Niño rana, donde Lucas Zenobi parece dar continuidad a la idea de que en las sierras de Córdoba suceden cosas raras, inaugurada por films como La laguna (Bottaro & Juncos, 2013) y La araña vampiro (G. Medina, 2012). Una joven llega a una casa para trabajar unos días sin que la molesten, y allí encuentra a un niño cuya relación con los dueños no está muy clara. Y que aparte dice manejar telepáticamente a las arañas. Y que advierte a la visitante sobre la plaga de ranas que hay en el lugar.
Nada de todo esto, de Hernán Alvarado, es una de las tres integrantes del cuadro de honor. Una hija ya bastante mayor (Paula Ransenberg) sigue a su madre (Marta Lubos) en una actividad bastante insólita: la de limpiar, ordenar y modificar jardines ajenos de modo furtivo. Las dos actrices están magníficas en un registro difícil, que cabalga a la vez sobre el realismo y el disparate (con gotitas de siniestro) y que eclosiona cuando la dueña de una casa las descubre y Mamá decide atrincherarse. En Media hora, su realizador Sebastián Rodríguez parece advertir que lo mejor que se puede hacer en 10 minutos (es el corto más corto) es ser económico. Una sola idea: chico (Martín Slipak) conoce chica (Malena Sánchez) en discoteca. Levanta, lleva a la casa y cuando están por concretar, chica comprende que chico no tiene idea de cómo se llama ella. Por lo cual se planta ahí. Podría haber sido un gag pero es más que eso gracias al plazo del título, lapso en suspensión que lleva las cosas hacia otro lado. Otra vez dos actores excelentes sostienen el relato sin necesidad de ayudas. ¡Queremos ver más a ambos!
La reina del lote es, resueltamente, 11:40, un corto simplemente perfecto, filmado en Santa Fe y con el club Colón asumiendo un rol casi protagónico. El trabajo sobre la elipsis es aquí esencial, dejando a una figura fuera de campo (de modo muy semejante a lo que hace Darío Mascambroni en la recién estrenada Mochila de plomo) para retomarla recién al final, donde todo cobra sentido y surge un detalle de la más alta emotividad. El cine argentino debería ser más mediocre de lo que se piensa para que de aquí a poco no volvamos a escuchar el nombre de su realizadora, Claudia Ruiz.