BREVES IMAGINARIOS
En su 17° edición, los cortos que integran las Historias breves –cuyos realizadores pueden llegar a ser nombres importantes en el futuro- no llegan a mostrar un nivel deslumbrante, pero sí una solvencia técnica innegable. Ese profesionalismo en la puesta en escena –que no es una sorpresa en el contexto del cine argentino- se alimenta en buena medida de un reciclaje de imaginarios claramente identificables, que juegan tanto a favor como en contra.
Hay Coca, de José Issa, está situada en tiempos de la dictadura militar y se centra en un hombre (Roly Serrano) que debe llevar un bolso a la puna sin saber su contenido y tomando caminos alternativos para eludir a sus perseguidores. Durante buena parte de su metraje le cuesta encontrar un tono pertinente, incluso perdiéndose en divagues sin demasiado sentido. Es en su segunda mitad cuando encarrila la narración, aprovechando el paisaje en función de la aventura. El giro del final es inteligente y hasta tiene su dosis de sensibilidad desde su diálogo nostálgico con una parte de la historia del cine argentino, aunque es forzado el texto de cierre, porque redunda en explicaciones.
En Una noche solos, de Martín Turnes, también hay ciertas dificultades para delinear apropiadamente los conflictos de los personajes, aunque la premisa quede clara desde el inicio: un matrimonio (Diego Velázquez y Analía Couceyro) al cual le regalan un voucher para un hotel alojamiento y les ofrecen cuidar a su hijo para que pasen un rato solos, aunque ese momento de descanso no termina de cumplir con las expectativas previas. Sin embargo, el corto progresivamente va encontrándole espesor a los protagonistas, de la mano de la química entre Velázquez y Couceyro, que están realmente muy bien. Los últimos minutos, sostenidos con un plano fijo que le da a la vez plena acción a los personajes, son excelentes.
El que nunca llega a explotar del todo su potencial es El espesor de lo visible, de Mercedes Arias, que indaga de manera filosófica en los dilemas que atraviesa una pareja con la experiencia de un primer embarazo, que encima trae novedades tan inesperadas como problemáticas. Es un corto con un óptimo trabajo con el montaje pero que se regodea excesivamente en la discursividad oral.
Algo parecido sucede con El agua, de Andrea Dargenio, que parte desde una idea sumamente atractiva: un joven se despierta en un mundo donde el agua ha desaparecido pero todos se manejan como si no pasara nada. Ese punto de arranque nunca llega a ser explotado en todo su potencial, aunque el trabajo visual es impecable, a tal punto que constituye una narración en sí mismo.
Con Noche de novias, de Santiago Larre y Gustavo Cornaglia, el problema pasa más que nada por las decisiones y sus ejecuciones: tiene una primera mitad potente a partir de la incertidumbre que genera el no saber qué es lo que pasa con esas tres parejas que están en una discoteca, con los hombres muy sueltos y divirtiéndose, pero las mujeres tensas o simulando que está todo bien demasiado explícitamente. El relato se cae cuando ese enigma desaparece y se muestran todas las cartas, vinculando de forma excesivamente subrayada lo que se cuenta con un conjunto de imágenes de época.
Posiblemente el corto más arriesgado sea El agua de los sueños, de Pablo José Fuentes y Rocío Muñoz, a partir de cómo indaga en una leyenda precolombina desde una narración donde lo onírico va a la par de la aventura, con un chamán inca pidiéndole a un hombre que se enfrente con un demonio para salvar a su hija. También es quizás el corto más fallido, porque todos estos elementos –los sueños, la lucha sobrenatural, lo romántico- no llegan a unirse de forma fluida, con lo que el relato nunca llega a atrapar de la forma requerida y las ambiciones se quedan estancadas en expresiones de deseo.
Finalmente, La medallita, de Martín Aletta, recupera la estética del cine mudo para abordar la historia de un boxeador que se encuentra con un adivino que le predice la fecha de su muerte, que justo coincide con el día de la pelea por el título mundial. Es un corto que está casi siempre a punto de descarrilar, pero sostiene su apuesta, no se queda en el mero guiño cinéfilo y construye un conflicto bastante potente, con un cierre donde combina lo trágico con lo irónico.
Como en casi todas las ediciones previas, Historias breves 17 vuelve a mostrar un conjunto de cineastas y narraciones que, con sus altas y bajas, muestran un conocimiento bastante profundo de las herramientas cinematográficas y las reglas genéricas, aunque sin llegar a romper los moldes.