Cuando la forma se impone a la búsqueda
Los nueve cortos cosecha 2013 tienen, como ya es costumbre, un acabado técnico digno de manos expertas. Pero es novedosa, en cambio, la preocupación general por la construcción de una historia antes que por la experimentación.
Nunca la tuvieron fácil los cortos de Historias breves, todos ellos filmados por estudiantes de distintas escuelas de cine de la Argentina, ya que deben prestarse no sólo a la inevitable comparación interna, sino también a otra generada por el peso de la historia. Basta recordar que la primera antología, estrenada en 1995, albergó trabajos de varios de los máximos referentes de lo que años después sería el Nuevo Cine Argentino (Martel, Caetano, Burman y siguen las firmas). Pero sería un error buscar, tanto en esta octava entrega como en las anteriores, la llama de un flamante movimiento o la certeza de un talento de próxima explosión. Lo que debe hacerse es utilizarlos como barómetros de la coyuntura, síntomas del presente antes que preludios de un futuro siempre incierto. Y en esa línea, el panorama no es del todo alentador.
Producidos por iniciativa del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa), los nueve cortos cosecha 2013 tienen, como ya es costumbre, un acabado técnico digno de manos expertas. Sí es novedosa la preocupación general por la construcción de una historia antes que por la experimentación de la forma. Pero para esto es necesario un pulso narrativo lo suficientemente entrenado como para delinear una estructura clásica en un puñado de minutos. En ese sentido, el problema central de la mayoría de los trabajos de HB8 es que parecen surgidos de largos reducidos por obligación antes que de ideas concebidas para desarrollarse en un cuarto de hora. De allí que uno se limite a ser un ejercicio de género caracterizado por el trazo grueso y el chiche (Liebre 105, de Sebastián y Federico Rotstein), otro a copiar un modelo eminentemente hollywoodense (la feel-good-movie Vida nueva, de Lucas Santa Ana), alguno a reducir al cine al rol de generador de conciencia (El olvido, de Fermín Rivera). También hay uno que se queda rengo planteando una buena premisa no del todo bien llevada a cabo (Cuestión de té, de Maximiliano Torres) e incluso un par salidos de la matriz de un episodio de Tiempo final (El desafío, de Andrés Arduin; El ramal, de Mena Duarte).
Hay una crisis latente en la familia de El conductor, de Maximiliano Torres.
La articulación de la forma con la vocación narrativa se amalgama en tres trabajos. Apertura de la antología, De cómo Hipólito Vázquez encontró magia donde no buscaba es una comedia acerca de un cazador de talentos (Javier Lombardo) que llega hasta un inhóspito paraje norteño atraído por el rumor de un crack. Dirigido por Matías Rubio y narrado por Víctor Hugo Morales, el film acierta creando dos protagonistas cuyas vidas parecen regidas por los mandatos de la pelota, construyendo así una especie cinematográfica llamativamente poco frecuente en el país de Messi y Maradona como es una comedia futbolera. Si el resultado no es del todo –si se permite la humorada– redondo, es por un desenlace demasiado moralizante y cierta desconfianza en el poder de las imágenes manifestado en un abuso en la musicalización.
Los últimos dos hacen del par opresión-represión una norma. Tanto que logran transmitir la tensión de un estallido inminente. Superficies, de Martín Aliaga, es el tensísimo recorrido por la cotidianeidad de un alumno víctima del bullying siempre al borde de una crisis. Crisis también latente en la familia central de El conductor, de Maximiliano Torres. Por lejos el mejor cortometraje de la selección, el film aplica un procedimiento similar al de Dominga Sotomayor en De jueves a domingo. Esto es, apropiarse de un auto para redefinirlo como el espacio de confluencia de dos realidades disímiles. La de los chicos, que juegan como si nada en el fondo, y la de sus padres, un matrimonio que marcha inexorablemente a la ruptura. Hasta que el choque de un pájaro contra el parabrisas rompe el equilibrio familiar, balanceándolo a una realidad resquebrajada. El de-senlace, partes iguales de justeza y pesimismo, deja sobrevolando la triste sensación de lo inmodificable.