En una notable escena de Milk (Gus Van Sant, 2008), el protagonista les pide a todos sus seguidores que admitan públicamente su condición sexual. “Debemos abandonar el gueto”, ruega Milk a aquellos que se niegan a salir del clóset. Algunos aducen que puede ser peligroso, otros reclaman su derecho a la privacidad, pero el político sabe que asumir esa verdad es la única forma de ganar poder. “En este momento, en esta hora, la privacidad es nuestra enemiga”, dice Harvey, recordando lo que señalaba Hannah Arendt al estudiar las revoluciones modernas: si se quieren conquistar nuevos derechos civiles, será necesario sacar a la luz las angustias más íntimas. Atravesar la vergüenza. Desnaturalizar la humillación. De eso se trata esencialmente The Help, y en la exploración de ese doloroso proceso reside el punto fuerte de la película. Así comienza el film, con una empleada doméstica (Viola Davis) que decide exponer su historia de vida, con todos los riesgos que eso implica en plenos años sesenta, en el estado de Mississippi, donde reina la segregación racial, el terror del Ku Klux Klan y esa esperanza llamada Martin Luther King.
The Help podría haber resultado mucho mejor si no estuviera a cada paso coartada por el didactismo tan propio del cine mainstream aspirante al Oscar y al mensaje constructivo (que debe ser bien nítido, aunque eso excluya los matices). En el diseño de personajes abundan los brochazos y ciertas situaciones pueden lucir exageradas, pero no creo que esto sea lo más grave, pues el relato no nos deja olvidar que las actitudes más inverosímiles eran parte integral de la “legalidad” de la época. La caricatura también es una forma de crítica, y en este sentido me parece lograda la interpretación de Jessica Chastain como la villana de la alta sociedad. Hay una escena en donde su personaje pronuncia un discurso frente a la agrupación de mujeres que lidera. Observen la pared a su lado, con un empapelado de flores. Allí cuelga un cuadro que también tiene flores, casi idénticas a las de la pared. Es tan solo un detalle de decorado capaz de delatar al personaje en su chatura, en su real falta de distinción.
Pero la película está muy lejos de honrar el arte de los pequeños indicios. Por el contrario, el verdadero problema del film es la insistencia, la compulsión a hacer un doble o triple nudo sobre hechos que ya estaban claros para el espectador. Ejemplo: Chastain fomenta un proyecto destinado a construir baños separados para el personal de servicio, y entonces le pide a su amiga periodista (Emma Stone) que publique la noticia en el diario del pueblo. Stone no lo hace, Chastain se lo pide por segunda vez, y Stone finalmente publica una nota tergiversando satíricamente el texto original. Mientras lo escribe, la periodista toma una fotografía de ella junto a su amiga de toda la vida, y lo tira a la basura. Para que no queden dudas de lo que se quiere significar. La narración se somete a la vieja norma del guión clásico de Hollywood que sugería aludir al menos tres veces al conflicto central. Pero The Help reitera las explicaciones continuamente: cada gesto, cada réplica, cada lección resulta potenciada al cubo al punto de perder impacto. Incluso el anticipado acto de venganza de la criada pastelera (Octavia Spencer) termina disolviendo su gracia al ser exprimido una y otra vez hasta secarse.
De todas maneras, si uno se permite esquivar las evidentes convenciones, The Help tiene espacio para la emoción genuina. El film hace sentir el enorme miedo que agobia a las víctimas del racismo. El relato lo respeta y sabe poner en su justa dimensión el desgarro que representa confesar el oprobio. Emma Stone comienza a idear el libro gracias a la venia de una editora (¿se acuerdan de Mary Steenburgen?) que tiene un papel breve pero fundamental. “Vas a necesitar al menos una docena de domésticas para el libro”, le exige a la protagonista, una orden que cae mal porque parece apelar antes a lo comercial que a lo humano (así es la jerarquía del periodismo: primero el número, la encuesta vistosa, después la relevancia social). Pero el requisito de sumar más testimonios resulta ser la clave de la evolución. La voz se torna colectiva. Y es muy interesante acompañar el trayecto que va del anonimato al inevitable reconocimiento. Aunque las sirvientas no aparezcan con sus nombres verdaderos en el libro, en el fondo todos en el pueblo saben quién es cada una de ellas. De allí todas las firmas estampadas en el libro, porque junto a estas mujeres están todos los nombres de la raza que quiere decir basta. Porque para la lucha política también es necesario ser individuo. Marcar la diferencia. Y salir a la calle, la propia calle, con dignidad. Como lo hace Harvey Milk en la hoy emblemática calle Castro de San Francisco. Como lo hace Viola Davis en el hermoso final de The Help.