Excelentes actuaciones y una narración correcta y efectiva para relatar una de esas historias que hace tres décadas se convertían en éxitos descomunales.
Películas como Historias cruzadas son una vuelta al Hollywood bien lustrado que pretende hablar de los grandes temas: con su mezcla de nostalgia pueblerina y denuncia contra el maltrato de las minorías (raciales, sexuales), es parecida a una especie de mezcla de Tomates verdes fritos y Conduciendo a Miss Daisy: la sospecha de nominaciones al Oscar hace más explícito todo esto. El problema de estos films, cuando no hay un director que pueda darle mayor vuelo al relato, es que denunciar hechos que ocurrieron hace medio siglo (la película retrata el racismo de la Mississippi de la década de 1960) a esta altura resulta bastante banal si no hay una mirada que pueda actualizar el tema, algo parecido a lo que pasaba en El sustituto de Clint Eastwood con su denuncia apolillada contra el poder policial de hace ocho décadas. Por ejemplo, La isla siniestra es una gran película porque Scorsese sabe que lo suyo no es denunciar las prácticas médicas en los manicomios de la década de 1950, sino otra cosa y que aquello es apenas una herramienta para hacer avanzar el relato.
Bien, el director Tate Taylor, que no posee pergaminos demasiado interesantes, sin embargo tuvo la virtud de darse cuenta de algo en su película y encontró en Historias cruzadas eso que eleva a su film. Aquí, una joven aspirante a periodista, Eugenia (esa pichona de estrella que es Emma Stone), decide en el sur norteamericano de 1961 entrevistar a varias sirvientas negras para que cuenten su punto de vista sobre lo que es trabajar a las órdenes de un grupo de familias blancas bastante racistas: con decir que hacen construir baños apartados de la casa para que caguen los negros. Pero a partir del personaje de Celia Foote (la ascendente Jessica Chastain), una “grasa” al pensar de las otras más refinadas señoras de su casa, el film basado en la novela de Kathryn Stockett se anima a llevar el tema de la discriminación a otro nivel, si se quiere un poco más complejo. Sin embargo, Taylor logra que estos temas sean apenas un McGuffin y mientras tanto va construyendo lenta y progresivamente la verdadera anécdota: la de un grupo de mujeres que consiguen algo cercano a la libertad por medio de la transmisión oral de sus historias. Estas sirvientas le contarán a Eugenia, quien terminará editando un libro con sus anécdotas.
Es interesante la forma en que Historias cruzadas demuestra que lo más importante que tiene el ser humano es la voz y la posibilidad de expresarse con ella: por medio del narrar, uno es libre, y esa libertad es lo más cercana a la felicidad, dice la película en su notable travelling final. Porque no hay dolor más grande que ese que se silencia. Pero como decíamos, Historias cruzadas no disimula nunca que es una de Hollywood, con su corrección política y su trazo grueso para definir personajes y situaciones, y eso hace que su potencial astucia quede minimizada por algunos momentos más deudores de las telenovelas de las cinco de la tarde. Eso sí, como bien lo sabe el Hollywood que aspira a ganar premios, las actuaciones deben ser un seleccionado de puro talento. Buen vestuario y ambientación, excelentes actuaciones y una narración correcta y efectiva, lo que se dice uno de esos cuentos que hoy ya nos parecen uno más pero que hace tres décadas se convertían en éxitos descomunales. Una película correcta, en todos los sentidos: en los buenos y en los malos.