Convivencias entre animales y humanos
La ópera prima de Erlingsson posee, a priori, el atractivo de llegar de una región del planeta poco conocida por su producción cinematográfica y, también, el de tratarse de unos relatos que poco y nada le deben al drama internacional al uso.
Producida por el gran patriarca del cine islandés, Fridrik Thor Fridriksson, Historias de caballos y hombres no se parece a casi nada que pueda compartir la cartelera en estos días. Con un puñado de pergaminos a cuestas, obtenidos en diversos festivales internacionales –su debut internacional tuvo lugar en el Festival de San Sebastián–, la ópera prima de Benedikt Erlingsson posee, a priori, el atractivo de llegar de una región del planeta poco conocida por su producción cinematográfica y también el de tratarse de un relato (unos relatos, para ser precisos) que poco y nada le deben al drama internacional al uso. Historias de humanos y animales, su interacción, dependencia y/o sumisión, hay muchas; miradas animales de historias humanas, no tantas. Si la memoria cinéfila remite casi inmediatamente al Robert Bresson de Al azar Baltasar, para este cronista es el recuerdo de un film húngaro producido hace poco más de una década –Hukkle, del realizador György Pálfi– el que parece compartir tono, ambiciones y algunos resultados con la película de Erlingsson: en un poblado alejado de la gran ciudad, con escasísimos diálogos (casi ninguno en el largometraje de Pálfi), entre la sátira, el humor algo negro y las tragedias cotidianas, transcurre la vida de un grupo de habitantes, tanto bípedos como cuadrúpedos.Pero los paisajes islandeses, rocosos y bastante inhóspitos, en poco y nada se parecen a los de la aldea húngara, y Erlingsson hace un uso de las locaciones que, por momentos, se acerca al registro semidocumental. De hecho, algunos de los actores y actrices secundarios son habitantes del lugar, en su mayoría criadores de caballos, aunque los personajes que interpretan no necesariamente sean reflejo de las personas de carne y hueso. Ya la primera de las historias –que se hilvanan comunitariamente y comienzan a relacionarse unas con otras con el correr de los minutos–, la de quien eventualmente se revelará como el soltero más codiciado del lugar, permite apreciar el cariño con el cual el realizador registrará los trotes y cabalgatas de los muchos caballos que (ellos también) “interpretan” personajes importantes en su película. El caballo islandés es tan petiso como un poni y, según la jerga especializada, de sangre fría, es decir de temperamento amable y tranquilo, aunque los protagonistas equinos de ese primer relato parecen contradecirlo flagrantemente: una yegua nerviosa y un semental a punto de explotar (el remate de esa historia, dicho sea de paso, ilustra explícitamente el afiche publicitario del film).Accidentes, alguna que otra muerte, decisiones inesperadas e incluso alguna muy arriesgada son algunos de los acontecimientos que atraviesan los ochenta minutos de Historias de caballos..., que en más de una ocasión puede hacer pensar en una sumatoria de cortometrajes “de concepto” –una simple idea explotada narrativamente hasta las últimas consecuencias–, pero que, en otros casos, desarrolla una cierta psicología (humana pero también animal) y encuentra en la interrelación entre hombre/mujer, animal y paisaje un timbre poético con tintes casi atávicos. Tal es el caso de una de las mejores historias, aquella del turista latinoamericano que, atraído por una criadora de caballos vikinga, terminará regresando literalmente a un estado animal. O la de la caza del soltero, finalmente atrapado en el último de los cuentos, que de manera especular vuelve a presentar el lado más agreste del coito, esta vez entre un macho y una hembra humanos. El plano que cierra el film, registrado durante la apertura de una fiesta local, vuelve a simbolizar la convivencia entre animales y humanos, el gran tema de esta película que, tal vez, prometa más de lo que brinda. Aunque, nobleza obliga, lo hace con cierta gracia.