Tanto o más que entre los humanos, el vínculo entre el caballo y el hombre data desde que el cine es cine, y tal vez hayamos visto (casi inconscientemente, sin darnos cuenta) cientos de miles de escenas en la cuales los eventuales jinetes de la pantalla grande ya tienen un lazo natural implícito. Desde una palmada en el lomo, a una caricia en la frente antes o después de montar, esa acción natural pocas veces ha llevado al espectador a preguntarse por cómo fue el detrás de escena entre el actor y el animal para llegar a esa impronta. El caballo y el homo sapiens…
Si nos corremos del 7mo arte y echamos una mirada al pasado, éste es mucho más contundente. Es insoslayable la realidad: sin el caballo el ser humano, para bien o mal, nunca hubiera llegado a este punto. Desde conquista de territorios, exploración y guerras, a explotación industrial, deportes y entretenimientos. Claramente lo que hasta ahora llamamos progreso se hubiera retrasado siglos. Precisamente es en esa relación en la cual se basan todos los acontecimientos que acaecen en “Historias de caballos y hombres”.
El paisaje de Islandia, un personaje más (de increíble parecido con los de Tierra del Fuego), ofrece dosis iguales de belleza y hostilidad según la circunstancia. Este escenario es varias veces retratado y subrayado, como si desde la dirección se quisiera decir constantemente “no olviden que esto ocurre aquí”.
A partir de presentarnos en set, la narración va posándose en cinco o seis personajes (a cual más pintoresco) de esta suerte de “aldea” inhóspita, fría e implacable. A medida que van apareciendo los mini conflictos, sale a la superficie la esencia del mensaje, pues si bien es cierto que la concatenación de las historias no busca una relación determinada más que en el hecho de ver que todos habitan en la misma región, tampoco abundan planos mostrando la conexión espacio-tiempo entre cada historia. Esto ayuda a la idea de no estar frente a una producción episódica como en “Relatos Salvajes” (Damian Szifrón, 2014), ni en un confluir de partes hacia un mismo final como en “Amores perros” (Alejandro Iñárritu, 2000).
Claramente, la ausencia de introducción y acaso también de desenlace, pone a “Historias de caballos y hombres” en un muestrario de nuestra conducta frente a otros seres vivos, centrada en la relación de conveniencia, con el ser humano como especie dominante. Porque además, luego de ver tanta postal preciosamente filmada y tantas situaciones teñidas por un humor ácido y seco, a flor de piel quedará la sensación propuesta por el realizador: La conveniencia no es mutua. Nunca el caballo necesitó del hombre y sin embargo, no parece haber una gran muestra de gratitud. Ni siquiera frente a la muerte.