Animaldad
Más allá de su efectividad visual, porque decir belleza es un término demasiado alto, más que historias, lo que se hilvana en este film, de origen Islandés, son anécdotas protagonizadas por lugareños de la costa de Islandia y sus caballos, domesticados y al servicio de sus perversiones.
No se trata aquí de la relación utilitarista propia del hombre con el animal en el campo, por ejemplo, sino de tomar al equino como un objeto o fetiche, despojado de toda emocionalidad y cargado de un manifiesto desequilibrio que no es otra cosa que el abuso de poder.
La metáfora obvia recae sobre la libertad de los caballos salvajes y su carencia, a partir de la domesticación, a esa obviedad le sumamos una alegoría muy subrayada entre la animalidad y el instinto en contraste con el hombre, en este caso representado por este grupo de habitantes, hombres y mujeres, quienes solamente se relacionan desde la mirada escondida en prismáticos, las rivalidades –producto de sus miserias- y el sexo. Algunos con ciertas características de supervivencia en un apartado de los relatos con el único fin de impactar en la sensibilidad del espectador.
Monótona, como un galope corto, cada anécdota toma alguna referencia humorística, con ese tono asordinado, típico de directores como los Kaurismaki, quizás para soliviantar la crueldad a pesar de que al final el film se encarga de advertir al público que ningún caballo sufrió durante el rodaje de la película.
Sin embargo, resulta dudoso haber conseguido el sometimiento de los caballos a escenas extremas, como por ejemplo llegar a nado a un barco ida y vuelta. Algo similar ocurría con la película Las aventuras de Chatrán, donde el número de gatos sacrificados por los caprichos del director fueron más que contundentes.
No obstante, ese detalle –no menor- solamente expone uno de los reparos que hay que hacer en esta película aunque su mayor defecto obedece a la pobreza de su guión.