Tragicómica y brillante
Desde Islandia, son historias extraordinarias, porque no tienen nada de común, con finales trágicos o casi de comedia.
El orden de los enunciados no altera el producto. Historias de caballos y hombres es un filme brillante, por la contraposición, por el duelo, por el análisis y la dualidad, por las metáforas, las comparaciones y los paralelismos a los que echa mano el director debutante (y también actor) Benedikt Erlingsson.
Las historias son como viñetas en un territorio tan árido como el islandés. Es una película de contrastes, dijimos, y paralelismos, entre las actitudes de los dueños de los caballos... y los equinos. Hay posturas y conductas manifiestas, reñidas con toda racionalidad (un personaje, desesperado, se lanza al mar helado con su caballo a la caza de un barco, para tomar vodka, más alguna otra que puede revolver el estómago y no vamos a adelantar aquí).
Rodada prácticamente en exteriores, el paisaje y sus colores juegan papeles preponderantes. El blanco de la nieve y el rojo de la sangre son un dúo impactante. Erlingsson sabe ver, algo que no es común a muchos directores, qué hay, qué se esconde en las miradas de sus personajes -y si nos apuran, hasta podríamos decir de los animales-.
Los humanos, que viven en una pequeña población, tienen siempre cerca un equino y una copa o botella de alto contenido etílico. Se observan, se escudriñan, se espían -con binoculares y todo-, se seducen y se desconfían. Llegará algún personaje foráneo, un turista latino, que descompensará, en una de las historias, cierto equilibrio que ya estaba tambaleándose.
Dicen que hay pocas cosas que tengan más aroma, y sentimiento, a la libertad que cabalgar en el campo. Esta conjunción de hombres (y mujeres) y personajes de crines largas y pelo brilloso pareciera confirmarlo. Son historias extraordinarias, porque no tienen nada de ordinario o común, entrelazadas y con finales disímiles, trágicos o casi cómicos. Vale la pena.