Cuentos crueles con jinetes, mochileros y caballos islandeses
Los caballos islandeses son más petisos que los criollos, así que un jinete alto puede quedar medio ridículo. Ese es uno de los chistes de esta comedia ácida, destinada a confirmar que los pingos tienen bien ganada la elogiosa calificación de nobles brutos, y que muchos humanos son brutos nomás, entre ellos los islandeses, según deja entender el autor local Benedikt Erlingsson. Mucho antes, ya lo había escrito el gran Victor Hugo en su novela "Hans de Islandia". Y antes aún, sus autoridades, cuando en 1615 dictaron una ley autorizando la matanza de pescadores extranjeros. 32 balleneros vascos fueron masacrados el primer día. Créase o no, esa ley recién ahora fue derogada, no por un sentido de piedad sino por falta de balleneros vascos.
Había caído en desuso. Otros usos se mantienen, como tirarse al mar con caballo y todo desde lo alto del barranco, para nadar hasta un barco en busca de bebida. O matar o capar a la pobre bestia en un acceso de rabia por una supuesta humillación incomprensible en nuestros campos. O espiar a los vecinos todo el día, etc. Erlingsson, crítico de sus propios paisanos, suma un puñado de historias como esas, casi todas crueles, de humor áspero, que algunos espectadores festejarán y otros rechazarán asqueados, en ambos casos seguramente con la misma expresión: "¡pero qué animal!"
Un solo personaje cae simpático a todo el mundo, y compone una relación distinta: un mochilero interpretado por Juan Camilo Román Estrada, que anda en bicicleta, admirado de todo. Por cierto, el paisaje es admirable, y está muy bien registrado y ensalzado. También los caballos, los famosos íslenski hesturinn, de hermoso pelaje, buen porte, gran resistencia y andar único. Hasta tienen dos pasos propios: un trote ligero doblando la pata más arriba y más rápido que los caballos de desfile, y un trote moviendo las dos patas de cada lado al mismo tiempo, como los pasucos de nuestra tierra pero a mayor velocidad. Da gusto verlos.