Con el sello de prestigio de Guillermo del Toro como productor, Historias de miedo para contar en la oscuridad retoma la tradición de Cuentos asombrosos o Historias de la cripta: seis narraciones de terror, cada una con sus diferentes criaturas sobrenaturales. Pero esta adaptación de la trilogía homónima escrita por Alvin Schwartz -ya un clásico de la literatura juvenil estadounidense- les da una unidad a los episodios enmarcándolos dentro de una aventura protagonizada por un grupo de adolescentes en un pueblito norteamericano.
Todo transcurre en 1969, con un trasfondo verdaderamente terrorífico: los primeros meses de la presidencia de Richard Nixon y el auge de la guerra de Vietnam. Stella, Auggie y Chuck son tres amigos, los clásicos perdedores que no encajan en los cánones de popularidad de la escuela, a los que en la noche de Halloween se les suma un cuarto, Ramón. La pandilla se mete en una mansión abandonada y descubre un libro: lo que estos nerds no saben es que en las noches siguientes se convertirán en los involuntarios protagonistas de los terroríficos cuentos que una mano invisible irá escribiendo en sus páginas.
En La morgue, el noruego André Ovredal ya había mostrado sus virtudes para navegar las aguas del terror más clásico. Con las raíces en Poe y Lovecraft, estas historias de fantasmas y monstruos no apelan al gore -aunque algo de sangre hay- ni a la tortura para asustar, sino que se inscriben en la línea más tradicional del género. Su espíritu juguetón y un tanto inocente deja a las claras que tiene en la mira a un público preadolescente.
Se nota que la película está hecha por amantes del terror que se han propuesto homenajear a las lecturas que los acompañaron en la infancia y la primera juventud. Ese goce trasciende la pantalla y, sumado a la solvencia con la que están hechas las distintas criaturas, hace que Historias de miedo para contar en la oscuridad compense su falta de sorpresa con la agradable sensación del reencuentro con un viejo amigo.