“Las historias hieren, las historias sanan” y, en la película más reciente de André Øvredal, también entretienen. Y mucho.
Producida por Guillermo del Toro, uno de los mayores hallazgos de Historias de miedo para contar en la oscuridad reside en la manera en que trabaja su material de base. Lejos de tratarse de una mera antología o de una adaptación convencional, la película se apropia de los cuentos de terror de la serie de libros para niños de Alvin Schwartz y los incorpora armónicamente a su relato troncal, cuya trama progresa con la aparición de cada uno de ellos. Lo interesante es cómo ese proceso de traducción “de la página a la pantalla” va mutando y perfeccionándose —o, por lo menos, prescindiendo cada vez más de su aspecto literario— a lo largo del film. En otras palabras, mientras que uno de los primeros cuentos era leído en voz alta por los personajes en una locación y recién ahí vuelto realidad en otra, con el devenir del relato, este recurso es felizmente abandonado. De tal manera, al eliminar la lectura del libro como requisito narrativo para dar inicio a las historias, Øvredal no sólo evita el agotamiento del recurso (y, por ende, de los espectadores), sino que además provee al relato de una buena dosis de frescura, proveniente de la imprevisibilidad que rodea a cada nueva historia y que mantiene al público en un constante estado de alerta.
Por otra parte, el film también se destaca en el tratamiento de su trama detectivesca: una investigación cuasi policial que los personajes se ven obligados a emprender con el propósito de descubrir la causa de los extraños eventos sobrenaturales que los aquejan y, así, detenerlos de una vez por todas. Es en dicha línea narrativa que el relato de terror encuentra el apoyo necesario para desarrollarse y, eventualmente, clausurarse. En el caso de Historias…, esto ocurre con una seguridad y fluidez extrañamente ausentes en la anterior película del director, La morgue. En ella, una operación similar era llevada a cabo por los personajes de Brian Cox y Emile Hirsch, quienes intentaban descifrar los misterios ocultos en el cadáver de “Jane Doe”. Sin embargo, la investigación acababa, de algún modo, oprimiendo al relato de terror y el realizador, descuidando la alternancia entre ambos registros. Por el contrario, en Historias…, la investigación no acapara más de lo necesario y prueba ser sumamente funcional. De hecho, si bien la resolución del film nace de ella, la misma es ejecutada desde el género de terror: tras descubrir la verdad detrás de las historias de miedo del título, los jóvenes triunfan, precisamente, contando una historia. Es decir, gracias al poder de la narración.
Probablemente más de uno cuestione el uso un tanto excesivo de jump scares —un mal cada vez más frecuente en el género—, la pobreza de ciertos diálogos o hasta la curiosa decisión de dejar el destino de algunos personajes irresoluto; todas objeciones, en mayor o menor medida, comprensibles. Aún así, ninguna de ellas atenta contra los méritos ya citados, los logrados niveles de tensión, la correcta ambientación (nada invasiva y vaciada de la estética de la nostalgia tan en boga) o la notable secuencia inicial. Respecto de esta última, Øvredal se las ingenia para, mediante una suerte de pasaje de postas visual, presentar a los personajes con eficacia, establecer las relaciones entre ellos con apenas un par de cortes y, por último, anclar la narración en un tiempo y espacio nada ordinarios: los Estados Unidos de 1968. Y como si los homenajes a Creepshow y, más explícitamente, a La noche de los muertos vivos no fuesen suficientes para comprobar la influencia del cine de Romero en el film, Øvredal apela al terror para encauzar cierta crítica social muy a la manera del “padre de los zombies”. Es posible que la elocuencia y sutileza de tales observaciones disten en buena medida de las de George A. (pienso, por ejemplo, en la escena en la que un monstruo irrumpe en la comisaría en el mismo momento en que se anuncia el triunfo electoral de Nixon), pero aún así atestiguan un claro conocimiento del género y una innegable capacidad para contar historias de miedo en la oscuridad… de una sala de cine.