Las primeras imágenes muestran un típico pueblo americano de casas bajas donde la vida parece transcurrir de forma apacible. Una serie de datos al comienzo precisan el año y el lugar: el estado de Pensilvania en 1968. Si algún espectador llegó tarde, el film continúa con las referencias al otoño de aquel año, a través de discursos del presidente Johnson por la televisión y los afiches callejeros de la campaña presidencial de la dupla formada por Richard Nixon y Spiro Agnew. Las alusiones a la década del sesenta son constantes: la guerra de Vietnam, La noche de los muertos vivos (George Romero -1968) film que proyectan en el auto cine y el musical Bye Bye Birdie, representado por una de las protagonistas en el colegio y que en la pantalla grande le dieron vida Dick Van Dyke y Ann-Margret en 1963.
Desde los años cincuenta a esta parte los jóvenes han tomado el protagonismo del género de terror. El film del noruego André Øvredal no es la excepción. Tres adolescentes, dos chicos y una joven con claras reminiscencias a la serie Stranger Things, preparan sus disfraces en la víspera de Halloween, aunque reconocen que están un poco crecidos para recoger golosinas por la casas del vecindario. Una serie de hechos fortuitos los encuentra dentro del auto de Ramón, un veinteañero solitario inmigrante que pasa su tiempo en el autocine. Juntos deciden visitar una mansión abandonada que perteneció a una familia, de pasado siniestro, que tenía encerrada a Sarah, una pariente de presencia molesta que era mejor ocultar como en aquellas películas de Leopoldo Torre Nilsson.
La casona tiene un aspecto parecido a la de los Bates en Psicosis (Alfred Hitchcock – 1960), inspirada en el cuadro House by the Railroad de Edward Hooper. En su interior se encuentra toda la maquinaria del género: profusión de telarañas, puertas secretas que ocultan estanterías, pasillos oscuros, habitaciones encubiertas, armarios donde es mejor no esconderse y escaleras de madera que conducen a espacios inciertos. Como es de prever los protagonistas con su curiosidad despiertan al mal que estaba dormido: un libro que comienza a contar historias mortales que los involucra. Se suceden los distintos monstruos asesinos, las desapariciones inquietan a la población, mientras que la policía no da crédito a las historias inverosímiles de Ramón y sus nuevos amigos.
Una buena reconstrucción de la tensión junto a la recreación de atmósferas fantasmagóricas, son el perfecto marco para esta historia de marginados que deben luchar contra sus propios miedos. Sin necesidad de recurrir al gore ni a la banda sonora para sobresaltar al espectador, Historias de miedo para contar en la oscuridad mantiene a la audiencia siempre a la expectativa con herramientas nobles para cumplir su gran cometido: entretener. Valoración: Buena