En 1989 fue publicada la novela The Turn of the Screw de Henry James, conocida como Otra vuelta de tuerca. A aquel recordado cuento gótico sobre una joven institutriz que llegaba a un enorme caserón para cuidar de dos hermanitos que parecían ocultar un extraño secreto se le atribuye ser la mejor novela de fantasmas de la historia. La importancia del texto se basa no solo en la majestuosa narrativa de James, sino en las múltiples interpretaciones que fue cosechando con el paso del tiempo gracias a su reveladora vuelta de tuerca final. La Novela Gótica alcanzaba su máximo exponente y las narraciones sobrenaturales comenzaron a integrar elementos psicológicos importantes. El cine se adueñó de ese poder creativo e insistió con la fórmula reiteradas veces sin mucho éxito hasta que llegó la notable The Innocents (1961) de Jack Clayton, sin duda la mejor transposición de la terrorífica novela. Años más tarde The Haunting (1963), de Robert Wise, la superaría con creces sin ser una adaptación de esa misma historia. El tiempo hizo de las vueltas de tuerca en el cine de terror sobrenatural, específicamente de fantasmas, un lugar común, desbaratando por completo las tramas paranormales para concluir en psicología racionalista barata. Formas (o formulas) proteicas que sobrevivieron y que hasta estos días se cargan películas como Historias de ultratumba (Ghost Stories), que hace de las suyas en la pantalla para el espanto del espectador y no en el buen sentido.
El film se compone de tres episodios donde los terrores del más allá parecen acechar a la vuelta de la esquina. Phillip Goodman, profesor escéptico que desenmascara fraudes relacionados a lo sobrenatural, se topa con tres archivos que detallan encuentros de ultratumba aparentemente irresueltos. Obviamente el enfrentamiento con los hechos resonará en su psiquis, poniendo en duda toda una filosofía de vida. Ya en el final las vueltas de tuerca irán desencadenando una metamorfosis narrativa que si bien hace buen uso de la metafísica del cine no alcanza para salvar las papas. Principalmente cuando se le toma el pelo al espectador.
El film exhibe una solemnidad abrumadora y una densidad (en el peor sentido de la palabra) que va in crescendo hacia una resolución ridícula y terriblemente parecida a la de otra mala película de este tipo, El sereno (2017), con Gastón Pauls. Ambas se valen de giros inesperados para romper con la construcción que tanto les costó entretejer, solo por el vil capricho de la sorpresa en loop. Las nefastas formas alegóricas que aquí se profesan con tal de manipular la suerte del cine mismo, solo para hacerse con la idea de querer ser algo más que una mera película de terror sobrenatural, resultan incluso risibles. Historias de ultratumba no cree en la bondad y la humildad del relato clásico, una tradición que algunos directores como James Wan (El conjuro, Insidious) o Ti West (The Innkeepers) saben aprovechar aun sabiendo que en sus obras cuentan con giros inesperados.
Ojo, tampoco hablo del giro final de El sexto sentido (1999). En el film de Shyamalan la vuelta de tuerca se ajustaba a las demandas del relato clásico sin desbaratar por completo los terrores sobrenaturales. Lo mismo se aplica a Los otros (2001), de Alejando Amenábar. Ambos films gozaban de ideas y formas acordes a su naturaleza de género; la diferencia entre ambas era que en una primaba la autoconsciencia mientras que en la otra se imponía una épica final aplicada al terror, pero sin alejarse jamás de los valores trágicos inherentes a la construcción del mismo.
Historias de ultratumba se caga literalmente en esas tres (torpes, vagas y previsibles) historias que cuenta y se transforma de a poco en un dramón sobre un zopenco que no sabe ni dónde está parado. La música acentúa esa ejecución dramática no en la edificación de los hechos y su progresión, sino en su fatalidad lacrimógena del género dramático. Lo único rescatable es cierto coqueteo metafísico no intencional.
Amén de un par de escenas inquietantes, no hay ni un dejo de terror, aun sabiendo que este género no solo se eleva por meros sobresaltos. Convengamos en que tampoco se torna inquietante (como la maravillosa La casa del Diablo de Ti West, por nombrar una actual) pues clausura esa posibilidad a base de tópicos mecánicos, momificando el golpe de efecto como única alternativa de suscitar miedo. Las Creepshow de los 80 con un par de ideas y modestia están a años luz de este bodrio insufrible y lapidario, para su género y para el espectador.
Andy Nyman viene del teatro y este film es una adaptación cinematográfica (o algo así) de su obra. Viendo el resultado poco feliz debería volver a sus raíces. Por su bien y el de toda la humanidad.