"Tenemos que ser muy cuidadosos con aquello en lo que creemos". Esa advertencia del profesor Goodman (Andy Nyman), especialista en desenmascarar falsos profetas del ocultismo y la adivinación, impregna los minutos iniciales de Historias de ultratumba. Con el trasfondo de un bar mitzvá que transita del fervor a la tragedia en las breves imágenes de un video casero, Goodman nos revela pasado y presente, la raíces de su fe y el impulso de su escepticismo. La mirada a cámara, el registro televisivo y el juego entre lo creído y lo develado son las claves de una película llena de ideas y cambios de tono, que se despliega como un juego de cajas chinas, con aires hitchcockianos y momentos escalofriantes.
Los ingleses Andy Nyman y Jeremie Dyson no solo se inspiraron en una obra de teatro propia sino que conjugan en su historia la frontera entre dos géneros y tradiciones: por un lado la investigación científica, arma de la razón para desmontar los mitos y las leyendas del más allá; por el otro, la recurrencia de lo no visto, de aquello que convive con el mundo de lo existente, de lo explicable. En esa dualidad la película edifica sus méritos, oscila entre la parodia del registro realista y la potencia de la pesadilla lynchiana, y nos conduce, en tres historias sobre el límite de lo sobrenatural, a las profundidades de la mente humana. Lúcida, divertida y perturbadora, Historias de ultratumba es el terror que vale la pena ver para creer en fantasmas.