Historias napolitanas

Crítica de Brenda Caletti - CineramaPlus+

RESTOS COTIDIANOS

“Si te ven los norteamericanos te denuncian por abuso de colores”, grita una mujer mientras sostiene un gran bastidor con un Goofy verde y bastante lejano al reconocido personaje de Disney. El hombre, ya cansado de los reproches, baja rápido por las escaleras y se cruza con un vecino, uno de los protagonistas, quien no se detiene hasta llegar al departamento del padre, espacio que desde hace tiempo también es su hogar.

Si bien la escena en sí misma no es más que una anécdota, ejemplifica la lógica bajo la cual se rige Historias napolitanas (Bagnoli Jungle en su versión italiana): la construcción de tres relatos basados en la articulación entre comedia, cotidianidad e individualismo y sujetas a un marco temporal acotado. De esta forma, el director Antonio Capuano presenta y desarrolla a Giggino, Antonio y Marco a partir de un seguimiento exhaustivo a lo largo de un día.

La primera corresponde a Giggino, un hombre de unos 50 años alejado de su esposa e hijo, que roba objetos dentro de los autos para conseguir dinero para drogas o sexo y que retornó a la casa paterna. La segunda se centra en Antonio, su padre, un experto de la época de Diego Maradona en el Nápoli, que trata de seducir a la mujer que lo cuida. La última retrata a Marco, un adolescente de 18 años, que reparte los mandados de un almacén hasta que renuncia cansado de la explotación.

En la película se pueden distinguir dos grandes capas atravesadas por los rasgos antes mencionados. Una de ellas referida a las acciones, de la que se desprenden también dos cuestiones: por un lado, el contraste entre las acciones que operan fundamentalmente en el marco narrativo y aquellas automatizadas, que enfatizan los aspectos diarios; por otro, la forma de habitar los espacios vinculada con el título original. Esto quiere decir, la combinación del valor histórico del barrio Bagnoli como una de las zonas industriales más importantes del sur de Italia a lo largo del siglo XX y la idea de jungla de asfalto, una suerte de resignificación del neorrealismo italiano ya no enmarcado en la crudeza de la guerra, sino en las crisis económicas y en la contaminación, con la salvedad de los festejos religiosos o algunas protestas.

La otra capa manifiesta el tiempo: los tres personajes actúan como referentes del pasado, presente y futuro no sólo debido a una cuestión generacional, sino por la puesta en escena. No cabe duda de que Giggino se corresponde con el presente porque ya desde el inicio de la película está corriendo o en constante movimiento (juega al fútbol con nenes, roba, pesca, se droga, tiene sexo). Además, la forma de actuar coincide con su pensamiento, es decir, el dinero que gana lo gasta enseguida, se mantiene con pocas cosas, es “libre” para no trabajar o recitar una poesía en un restaurante.

Antonio ejemplifica al pasado porque siempre está recordando ya sea anécdotas minuciosas de Maradona en Italia como lazos entre su historia personal y Bagnoli, cuyo máximo exponente son los restos del Coliseo de acero, como menciona Antonio. Por último, Marco representa al futuro porque es el único que rompe con sus ataduras para liberarse de aquello que lo asfixia. De allí viene la fascinación por Sara, la joven que conoce, como un compromiso cultural, ideológico y de rebelión.

Más allá de su esqueleto de acero, sólo queda un vago recuerdo del Coliseo del sur; pronto, de la jungla y de sus habitantes también.

Por Brenda Caletti
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