Dentro de una parte realmente prometedora del cine italiano de esta época suelen surgir algunas obras difíciles de clasificar en términos de género, pero ciertamente muy cercanas al registro natural de una sociedad que, como todas en el mundo, va mutando de generación en generación para conformar una suerte de caleidoscopio del comportamiento humano. Así es “Historias napolitanas”
El director centra su historia en la Nápoles actual. Historia es una forma de decir, puesto que no hay un hilo argumental más que el desprendido de entender esto como una observación actual de una familia sectorizada, de la cual se desprende una lectura coyuntural e histórica de la idiosincrasia de la región conquistada por Diego Maradona hace muchos años.
Algunos giros curiosos ponen al abuelo, al nieto, y al padre en el mismo eje marcado por la falta de contención (social si se quiere), pero a la vez mutua. Es curioso ver a un padre sacado, corriendo como en “Trainspotting” (1996), tratando de escapar ¿Al sistema? ¿A la familia? ¿A los mandatos? ¿Todo a la vez?
Este análisis morfológico puesto en imágenes parecen querer (y necesitar, por qué no) de un registro casi documental. Es vano tratar de hilvanar una historia porque esta aparece cuando los personajes se manifiestan verbalmente en un intento de explicar sus acciones. Por eso, el comienzo los junta en un abandono estructural y económico. El escenario inicial es “lo que era en una época” contrastado con “lo que son hoy”. Un planteo interesante que por momentos adolece de algo fundamental en el cine: tomar decisiones previas basadas (acertadamente o no) en la convicción de la composición de los encuadres. Aquí es donde “Historias napolitanas” parece un ensayo de estudiantes de cine que no tienen muy claro el cómo aunque estén determinados en el qué.
Confusa por momentos, divertida en otros, insólita a veces. El director parece indeciso en todos estos aspectos y extravía el camino que él mismo se propone como ensayo antropológico. Basta ver, como muestra, la escena en la cual el padre entra en un restaurante para hacerse de unos mangos. Un ejemplo de intenciones contra resultado.