En su presentación por escrito del film, la joven directora brasileña Julia Murat cita influencias tan variadas que van del realismo mágico de Gabriel García Márquez al exquisito cine del japonés Hirokazu Kore-eda y del chino Jia Zhang Ke, del documental etnográfico a la fotografía y la pintura de Rembrandt y Caravaggio. Esta vez, el resultado artístico está en sintonía con (y podría decirse que a la altura de) semejantes referencias.
Melancólica mirada al fin de una época, retrato sobre los choques generacionales pero también sobre el diálogo entre tradición y modernidad, Historias que sólo existen al ser recordadas está ambientada en un pueblo perdido en el medio de la nada y al borde de la extinción. Minimalista, lírica, enigmática, la ópera prima de ficción de Murat nos sumerge en ese mundo que está a punto de desaparecer (y que al mismo tiempo es redescubierto por el cine) de la mano de la relación que se establece entre la veterana Madalena (Sonia Guedes), una de las últimas habitantes de un enclave norteño que realiza cada día una lenta rutina que incluye amasar el pan, caminar por las vías de un tren que hace años ha dejado de pasar, y escribirle cartas a su difunto marido, y Rita (Lisa Favero), una joven y entusiasta fotógrafa que llega al lugar y decide quedarse para registrar a sus personajes y lugares (incluido el cementerio, que permanece casi siempre cerrado).
Película de fantasmas, ensayo sobre la memoria y el paso del tiempo, Historias. se nutre del ajustado tempo que le imprime Murat y de la bellísima construcción visual (tanto en tomas diurnas como nocturnas) concretada por la realizadora en sociedad con el director de fotografía argentino Lucio Bonelli. Talento sudamericano para una pequeña joya, de esas que -lamentablemente- llegan muy de vez en cuando a la cartelera comercial.