Entre las grietas del tiempo ido
En el cuento "La guadaña" Ray Bradbury daba cuenta acerca de cómo el personaje quedaba atrapado, enmarañado, desde el simple acto de segar trigo, en algo más, de claridad difusa, inevitable. Allí la consecuencia, el descubrimiento, lo que no podía ser más que de esa sola manera. Todo lo que hubo de suceder se revelaba como condición necesaria para un último golpe de guadaña inocente, el primero ahora de todos lo que por siempre habrían de sobrevenir.
En Historias que sólo existen al ser recordadas se respira este mismo aire de lugar a ocupar, de situación que se desvanece, inasible, apenas perceptible. El ojo de la cámara fotográfica de la joven Rita (Lisa Fávero) podrá captar lo que ya casi nadie recuerda. La memoria se desvanece, se deshace, y la cámara de fotos se apresura a atrapar lo que apenas puede, metamorfoseando pálidos contornos y arrugas en grietas de paredes todavía más viejas.
Esa fusión entre la avejentada Madalena (Sonia Guedes) y el blanco fantasma de la pared es esencia de la película. Uno se impregna en el otro, como si de -justamente- un proceso fotoquímico se tratase. El hacer fotográfico de Rita opera como develamiento y nexo entre estas generaciones apartadas en el tiempo, unidas en un mismo devenir, demarcado por el pan de la mañana, el café triturado, la misa repetida, la comida a horario. Acontecimientos reiterados pero, más aún, una miríada de detalles pequeños, todos necesarios para cumplimentar el ritual de siempre.
La caja espectral fotográfica de Rita se asemeja, en este sentido, también y mucho a la del alter ego de Manoel de Oliveira en El extraño caso de Angélica (2010), con los suficientes ecos de Saramago que repiten sus estertores entre los habitantes pocos y muy viejos de este pueblito que se niega a la muerte. Ahora bien, lo que sucede en este intersticio de tumba mal cerrada, de grieta de lápida, es la película misma. Desde allí, entonces, su poesía. Un sabor dulce y de café amargo habrá de acompañar al espectador en este recorrido, familiarmente extraño.
Casi surreal -y por eso tan cercana al espíritu de Manoel de Oliveira-, Historias que sólo existen... es capaz de alternar o, mejor, trocar ensueño por pesadilla, al procrear climas cercanos a lo siniestro, entre roperos de ropa recién planchada luego de décadas de arrugas, a la luz de velas parpadeantes, en el tacto de las dedos ante la masa húmeda del pan, en el aguardiente sólo para hombres, desde el silencio que se escucha, más la batería de un celular que no tardará en gastar su batería fuera de época.