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Hitchcock (2012)
El 2012 parece ser el año de los homenajes a Alfred Hitchcock, el maestro del suspenso. Primero tuvimos La Chica, un telefilme producido por la HBO y que trataba la obsesión enfermiza del director hacia Tippi Hedren durante el rodaje de Los Pájaros y Marnie - y el cual hemos comentado en la presente edición - y, por último, la película que ahora nos ocupa, dirigida por Sacha Gervasi. En sí, Hitchcock no es exactamente lo que se dice un filme redondo ya que intenta tratar demasiados temas y no todos ellos están desarrollados con el mismo nivel de profundidad, pero la cantidad hace a la variedad y - entre las escenas logradas y las grandes perfomances - uno termina por obviar las desprolijidades narrativas.
Hitchcock es un filme bastante nerd. A uno le tiene que gustar el cine, debe saber algo sobre este glorioso gordito inglés que dirigía como los dioses y, especialmente, debe haber visto Psicosis - a final de cuentas, ésta no es una biografía del director sino el racconto de los entretelones por los cuales debió pasar durante un año y medio para que pudiera rodar el filme que hoy todos consideramos como un clásico -. En cuanto al estilo narrativo elegido, el filme bien podría ser considerado como la versión políticamente correcta de Ed Wood - con interludios fantasiosos, algo de drama intimista, y bastante de homenaje - , sólo que con una figura central más talentosa y con menos personajes bizarros a su alrededor... aunque Hitchcock posee ciertamente una faceta oscura y mórbida que el filme de Sacha Gervasi apenas se atreve a insinuar - y que resulta mucho más explícita en La Chica, el telefilme de HBO con Toby Jones en el rol del director, y que lo pinta como un perverso acosador serial de rubias -. Incluso me animaría a decir que éste era un filme ideal para Tim Burton, ya que el Hitchcock de Anthony Hopkins tiene la oportunidad de adentrarse en una serie de metaficciones, comentando aspectos de su vida personal como si fueran las presentaciones típicas que hacía para su serie Alfred Hitchcock Presenta, amén de su gusto patente por la truculencia. Esa sí que hubiera sido una versión notable de esta misma historia.
Hitchcock está dividida en tres subtramas: el rodaje de Psicosis, la obsesión de Hitch con el asesino Ed Gein, y el supuesto romance que mantenía su esposa con un guionista del staff del director. En cuanto a los entretelones de la filmación y producción de Psicosis los aspectos principales se mantienen - el endeudamiento personal para financiar el proyecto con su propio bolsillo; la pelea con los estudios y con la censura; el armado de una campaña de publicidad tan ingeniosa como efectiva (prohibiéndole la entrada a la gente después de iniciada la proyección, y poniendo guardias de seguridad en la salida de los cines para que la gente se escape corriendo ante el horror de la clásica escena de la ducha) -, pero otros están omitidos, como el discutido montaje de la escena del baño de Janet Leigh (cuya autoría ha sido disputada por Saul Bass), o las pruebas que hizo Hitch con el muñeco putrefacto que hace las veces de madre de Norman Bates (y que testeó numerosas veces con las actrices, aunque aquí el detalle aparece en una única escena). Eso está ok. Lo que no está tan bien logrado es la subtrama en donde Hitch tiene alucinaciones sobre Ed Gein, en donde el asesino comienza a darle bizarros consejos sobre vida personal, o lo invita a presenciar algunos de sus crímenes - en uno de los cuales la víctima parece ser su esposa Alma -. El filme no sabe muy bien qué hacer con esa historia, y sólo sirve para exponer - de algún modo - el voyeurismo de Hitchcock, aunque en esta ocasión en un tono morboso - como testigo presencial del accionar de un asesino demente -.
Pero donde el filme realiza su mayor apuesta, es en el análisis de la vida personal de Hitchcock durante la intensa temporada que duró el rodaje. Esta es la crónica de un matrimonio desgastado por el paso de los años, en donde el estallido de una crisis sirve para redescubrir que aún hay fuego entre ambas partes. Las mejores bazas están en la pirotecnica verbal entre Hitch y su esposa Alma, una mujer de armas tomar y que destila inteligencia por todos sus poros. Ciertamente la perfomance de Anthony Hopkins como Hitchcock es buena (aunque sigue sin sonarme natural y, quizás, esté un poco mejor Toby Jones como el director en La Chica), pero la que se roba cada una de las escenas es Helen Mirren. Lo suyo es una perfomance cantada para el Oscar, en especial la formidable diatriba que le da a su marido cuando éste se anima a acusarla de tener un affaire. La Mirren no sólo desborda sensualidad a pesar de sus años, sino que exuda sagacidad, pasión y una honestidad brutal, la cual resulta sumamente letal cuando la reelabora a través de toda su cultura y sapiencia. Sus discursos son latigazos de excepcional efectividad, los que incluso llegan a desequilibrar a alguien tan brillante como el mismo Hitchcock.
Es posible que Hitchcock no sea más que un drama personal soberbiamente hecho, salpicado con detalles cinéfilos y algo grotescos sobre lo que ha sido el filme de terror más efectivo de todos los tiempos. La atención del espectador no está en la anécdota sobre Psicosis - que es interesante, sin duda, y que tiene un climax glorioso cuando Hitch tiene la oportunidad de escuchar las reacciones del público detrás de la puerta del cine, anticipándolas como si fuera un director de orquesta - sino en las chispas que se sacan entre el cineasta y su esposa, en donde el amor subyace bajo las arrugas, la formalidad y el exceso de peso. Aún así, la historia intenta dar pantallazos de otros aspectos intrigantes de su vida personal - como la obsesión enfermiza del director por sus protagonistas femeninas -, pero le tiene tanto respeto al artista que decide sugerir y obviar antes de regodearse con lo morboso del tema. Todo esto transforma a Hitchcock en una experiencia placentera, en donde los pros terminan por ganarle a las contras por goleada.