Curso de introducción a un gran cineasta
Si lo primero que resalta en una foto de Alfred Hitchcock es la panza, lo segundo es la mirada. ¿Cómo definirla? Irónica, sobradora e inquietante al mismo tiempo. Sin embargo, en su composición del famoso cineasta, Anthony Hopkins sólo consigue imitarle la panza.
En una película llena de buenas intenciones, lo peor intencionado es el casting. Los productores buscaron a dos actores ingleses reconocidos y premiados por la Academia, como Hopkins y Helen Mirren, y los metieron a la fuerza en las pieles del matrimonio Alfred Hitchcock-Alma Reville. Los dos hacen lo imposible para acomodarse, pero el sayo siempre les queda grande.
Jorge Luis Borges decía que toda una vida podía concentrarse en un episodio singular. Ese es el principio que sigue el director Sacha Gervasi para construir esta biografía. Y el episodio que elige es la preproducción y filmación de Psicosis, el título más famoso de Hitchcock, aunque no necesariamente el mejor.
Ya célebre en los Estados Unidos, con un programa de televisión propio y una impresionante lista de éxitos comerciales en el currículum, el gran Alfred decide adaptar una novela cuyo villano está inspirado en el psicópata Ed Gein y cuya protagonista es acuchillada antes de la mitad de la historia. Ninguna compañía quiere financiarle el proyecto. Así que afronta los gastos él mismo, lo que implica hipotecar su mansión. Su esposa, guionista y eterna colaboradora, lo apoya sin reservas.
Pese a que elige un momento muy específico de la vida del cineasta, la película no se priva de ser enciclopedista, porque de forma simultánea al proceso de producción de Psicosis expone otros dos conflictos paralelos: la relación ambigua de Alma con un guionista que la invita a colaborar con él y los traumas del director inglés presentados en formas de diálogos alucinados con Ed Gein.
Ninguno de esos conflictos se carga de la tensión necesaria para convertir a la historia en un verdadero drama. Por incapacidad narrativa y por insuficiencia interpretativa, no se alcanza a percibir ninguna de las tormentas interiores que sufre Hitchcock, ni la creativa, ni la amorosa, ni la psíquica. La flema de caballero inglés -que en la cara engordada artificialmente de Hopkins a veces parece pura apatía- se impone a los problemas existenciales como si fueran los acertijos de una revista de crucigramas.
No obstante, el valor de Hitchcock es propedéutico: iniciar a muchos espectadores en la obra (más interesante que la personalidad) de uno de los cineastas fundamentales del siglo 20.