Película efímera sobre un director para el recuerdo
Más allá de que su cine nunca pasa de moda, Alfred Hitchcock volvió a estar en el candelero en los últimos meses con un telefilm (The Girl) y con este largometraje concebido para la pantalla grande. Lo triste es que ninguna de las dos aproximaciones al “maestro del suspenso” estuvo mínimamente a la altura del artista ni del hombre detrás de tantos clásicos inoxidables.
Si en aquella TV movie de HBO el eje fue el rodaje de Los pájaros y su obsesión enfermiza por Tippi Hedren, en esta transposición del libro Alfred Hitchcock and the Making of 'Psycho' (1990), de Stephen Rebello, el centro es la realización de Psicosis y la relación con su esposa (se habían casado en 1926), consejera, musa y socia Alma Reville (Helen Mirren). Hitchcock -antes interpretado por Toby Jones- es aquí encarnado (con una generosa, artificiosa y distractiva capa de maquillaje/máscara) por Anthony Hopkins.
Estamos en 1959. Hitch viene de lograr un gran éxito con North by Northwest (Intriga internacional), pero -siendo ya un sexagenario- varios empiezan a dudar de su futuro. Mientras le ofrecen todo tipo de proyectos (incluida una película de James Bond), él se decide por adaptar un libro de terror inspirado en un caso real en el que la protagonista muere en la mitad. Se trata, claro, de Psicosis, que él llevará a extremos inimaginables en aquellos tiempos (y aun hoy), asesinando a la heroína en el primer tercio de la trama.
Mientras ni los ejecutivos de la Paramount confiaban en su iniciativa (dicho sea de paso, el rodaje de Hitchcock se realizó en los verdaderos estudios de Paramount), el director -siempre porfiado, provocador y arriesgado- contrataba a Janet Leigh (Scarlett Johansson) para integrarse al clan de rubias hitchcockianas (Grace Kelly, Kim Novak y siguen las firmas). El resultado, ya se sabe, fue el film más perturbador y exitoso de su carrera.
El director Sacha Gervasi (Anvil! The Story of Anvil) y el guionista John J. McLaughlin (El cisne negro) optan por lo obvio: todo está dicho, explicado y subrayado mil veces (el desprecio de él hacia los actores, la dependencia de y los celos hacia Alma, etc.). No hay aquí demasiado espacio para las contradicciones, los matices, la interpretación del propio espectador porque el paquete viene cerrado y con moñito.
Si el elenco es excelente en cuanto a nombres, esa categoría actoral no alcanza a percibirse en pantalla, con múltiples personajes secundarios sin mínima sustancia (por ejemplo, la mano derecha de Hitch, Peggy Robertson, interpretada por la gran Toni Colette).
Hay algunos diálogos graciosos, ciertos pasajes inspirados (no falta, por supuesto, el rodaje de la célebre escena de la ducha) y muchos lugares comunes sobre cine dentro del cine. Es un film cuidado, discreto, menor que -al revés de las películas del gran Hitchcock- olvidaremos muy pronto.