Dios salve a Hitchcock
Decían que 2012 era el año de Hitchcock. La realización de dos películas centradas en momentos cumbres de su creatividad (The girl y este bodoque) animaron tal hipótesis y a juzgar por los resultados hay que decir que hubiera sido mejor dejar las cosas como estaban. Ninguna de las dos aprovecha la riqueza del director. La primera puede ampararse en el hecho de que es un telefilm; la segunda no tiene excusa.
Sacha Gervasi hace una película horrible que no logra captar ni por un segundo el clima de las obras del maestro y sólo se concentra en si miraba o no a las rubias con las que trabajaba (¡como para no mirarlas!) o en desnudar aspectos “misteriosos” de su personalidad. En realidad, se enfoca en los vericuetos durante la filmación de Psicosis pero nunca escapa a la archiconocida teoría del conflicto central: el héroe que se enfrenta a los obstáculos y finalmente triunfa frente a sus adversarios. El presupuesto que la sostiene es verdaderamente básico e inoperante: creer que lo más interesante es el amarillismo que se puede explotar a partir de las contradicciones de un artista. Se suma así a una larga tradición de películas condenadas al olvido. Por otro lado, se insiste sobre una de las ideas más inútiles de la historia de este arte, es decir, la actuación mimética. La interpretación de Hopkins (que desde Lo que queda del día, nunca volvió a actuar bien) está al borde de lo insoportable (más cerca de Aldo Camarota que de Hitch). Los rasgos físicos son tan ridículos como sus movimientos, y la voz impostada carece de cualquier rasgo de verosimilitud.
Por otro lado, la opción estética de colores chillones, más cerca de la publicidad que del cine, no suman nada respecto de Psicosis y de los aspectos visuales fotogénicos en blanco y negro del clásico film. Uno se pregunta cuál es el móvil que opera detrás de esto y la única respuesta que se me ocurre pasa por considerar el lado más elemental del voyeurismo, aquel que se nutre de las llamadas biografías no autorizadas o los escándalos de E! Entertainment Television.
La supuesta reivindicación que muchos quisieron ver de Alma Reville, su mujer, una montadora excepcional, en la piel de Helen Mirren, no es más que un ápice de inspiración en medio de un camino plagado de signos faranduleros.
Es esta clase de películas las que reivindican cierta mirada de psicoanálisis burdo y hacen honor a libros como el de Donald Spoto, Alfred Hitchcock, la cara oculta de un genio, tendiente a reivindicar aspectos biográficos cuyas páginas se reducen, más allá de datos interesantes, a que al director le gustaban las rubias y sufría por ello. Frente a esto, casi como un acto de resistencia, me atrevo una vez más a disfrutar un libro que celebra el séptimo arte, El cine según Hitchcock, de alguien que amaba la profesión de director, Francois Truffaut. Y por supuesto, recomendar unas cuantas veces más las películas del maestro inglés para invertir mejor el tiempo.