Psicosis manufacturada.
Hoy en día, casi no es necesario aclarar la influencia monumental de Alfred Hitchcock en el séptimo arte. Tras décadas de trabajo, se volvió un ícono asociado directamente al enigma, ganando el apodo de ‘maestro del suspenso’. Pero de todas formas, su vida privada resulta igualmente apasionante: aún después de tanto tiempo, hay gente interesada con su obsesión con las rubias, su amor excesivo por la comida, su personalidad en la pantalla o su relación con su esposa, Alma Reville. De esto han salido muchos relatos, y el último de todos es la biopic Hitchcock (2012), que pretende mostrar al interior del hombre, de la mujer detrás de él y de la que quizás sea su producción más recordada, Psicosis. Pero, mientras que el film de 1960 perdurará en la historia de celuloide, es difícil ver a este simple y artificial relato resistir el olvido tras un rato después de haberlo visto.
Es complicado crear un producto tan efímero, considerando lo increíbles que son los hechos reales. En 1959, tras el éxito de Intriga internacional, Hitch (Anthony Hopkins) busca su próximo proyecto. Esta vez, sus manos están sobre algo inusual y shockeante: un libro ficcional basado en la historia del asesino serial Ed Gein (Michael Wincott), y que cuenta la perturbadora relación entre un hombre llamado Norman Bates con su violenta "madre". Intrigado por las posibilidades de esta propuesta, el director lleva el proyecto al estudio Paramount, solo para recibir un “no” en la cara, debido a la similaridad con Vértigo (un fracaso en su época). Pero el británico no lo acepta, y accede a financiar el film por su cuenta, en el inicio de una arriesgada lucha que luego invocaría la ira de los censores.
Unos realizadores con algo de perspicacia y respeto habrían podido hacer un relato sobre esta batalla y sobre la producción del film que redefinió al cine de terror, pero el director Sacha Gervasi (que antes nos dió el documental rockero Anvil! The Story of Anvil) y el guionista John J. McLaughlin (El Cisne Negro) agarran el libro de no ficción Alfred Hitchcock and the Making of Psycho, lo trituran y dejan lo más básico sobre la mesa, todo para darle espacio al verdadero foco del film: la relación fantasiosa entre Hitch y Alma (Helen Mirren), que entra en crisis por las manías clásicas del director, así como por la entrada en escena de Whit (Danny Huston), un seductor y ambicioso guionista.
Aquí es cuando se nota uno de los grandes problemas de esta producción: con tantas cosas que abarcar, los responsables de este retrato recurren una y otra vez al resumen brutal, dejando que la pelea por Psicosis y los problemas de la realización se vuelvan solo mínimos intermedios, mera trivia entre las discusiones de Hitch y Alma. Esto sería perdonable si los personajes tuvieran una interesante caracterización, pero la sustancia de los roles no podría ser más chata: desde la falta de material para Scarlett Johansson, Toni Collette, James D’Arcy y Michael Stuhlbarg, hasta la simpleza de la exploración de Hitchcock y Reville, que cuando no son caricaturas de los seres reales, parecen salidos de un culebrón, debido al melodrama del forzado triángulo emocional con Whip. En un momento, Vera Miles (Jessica Biel) le dice en el camarín a Janet Leigh (Johansson) que Alfred es como el obsesivo personaje de James Stewart en Vértigo, para que luego aparezca la sombra del perfil regordete que conocemos del director. Luego, martillando el punto en los cráneos de la gente, Hitchcock también se imagina teniendo conversaciones de par a par con el psicópata Gein. Estas superficiales metáforas, explicadas hasta el punto del cansancio, conforman el núcleo de la biografía, que también sufre al ser filmado por Gervasi como un telefilm más.
Y ni siquiera Hopkins puede sacar las papas del fuego. Enterrado vivo bajo el maquillaje y los prostéticos, el actor no puede sacar a luz el aspecto humano de Hitch; cuando mueve su rostro, se limita a hacer una imitación básica del hombre. La única persona que sale adelante de todo esto es, como siempre, la gran Mirren (que, a esta altura, puede leer la guía telefónica y aún así dar una gran performance), quien a pesar del material logra involucrar a uno en el dilema de una artista encerrada en la sombra de su pareja.
Pero a pesar de esto, Hitchcock es mucho ruido y pocas nueces. Después de verla, no se siente que hayamos entrado en la mente de uno de los directores más influenciales de la historia, ni que logramos apreciar a la persona que aguantó sus tormentos, o que nos metimos en el detrás de escenas de la película que inició el subgénero slasher. Ningún homenaje va a arreglar el vacío que queda sobre la figura de Alfred, un misterio que aún sigue sin resolver.
@JoniSantucho