Involución artística
En 2007, el francés Xavier Gens estrenó Hitman: Agente 47, película basada en los populares videojuegos sobre un implacable asesino a sueldo devenido superhombre gracias a unas mejoras genéticas. Pese a que aquella apuesta no tuvo demasiado éxito de crítica y público, los productores insistieron con un nuevo film que -en un extraño caso de involución artística- es aún peor que la entrega original.
Gens es reemplazado por otro director europeo, el debutante Aleksander Bach, nacido en Polonia, pero formado en Alemania, y el inglés Rupert Friend suplanta al estadounidense Timothy Olyphant como el inexpresivo aunque eficaz Agente 47. El guionista es el mismo, Skip Woods, ahora acompañado por Michael Finch.
Tanto ese guión como la puesta en escena estilizada y (supuestamente) moderna de Bach no se apartan un milímetro de la fórmula de asesinos a sueldo con -claro- el aporte de un personaje femenino seductor (Hannah Ware), un veterano científico -creador de esas máquinas de matar que son los agentes- en peligro (Ciarán Hinds) y un villano (Zachary Quinto) que pretende estar a la altura del protagonista, al menos en su destreza física.
Bach filma en Alemania y Singapur, entrega el arsenal de recursos del manual del género (muchos efectos visuales, cámara lenta, violencia seca, música electrónica) que ha patentado Luc Besson para una película con ecos lejanos de las sagas de Matrix, Terminator y Misión: Imposible. El resultado de la aplicación cansina de tantos lugares comunes no sólo es previsible, sino también anodino y por momentos hasta agotador.