"Hogar", las formas y las ausencias del cariño
La vida en un albergue de monjas para madres en problemas es solo una de las facetas de la película, que viene cosechando elogios desde su presentación en el Festival de Locarno.
Hogar, ópera prima en la ficción de Maura Delpero, realizadora italiana radicada en Argentina, empieza con un plano detalle. El plano de un collar que una monja lleva puesto, y que se remata obviamente en una cruz. Habría que ver qué otra película argentina, y de cuándo, se animó a empezar así, con un plano de detalle, en lugar de uno general que muestre una localización, o uno americano o entero, en los que se vea a uno o más personajes. Lo clásico es ir de lo general a lo particular, tanto en términos dramáticos como visuales, y Delpero se atreve a invertir esa norma. Las normas y la sumisión o rebeldía ante ellas son también el tema de Hogar, que transcurre en un albergue de madres adolescentes, que por distintos motivos no están en condiciones de atender solas a sus hijes. Se trata de un albergue católico, llevado adelante por monjas, y la combinación entre vigilancia y cuidado signa el enclaustramiento en esta coproducción argentina-italiana, que viene recibiendo premios y elogios desde su presentación en el Festival de Locarno, en agosto pasado.
“Tengo una selva ahí abajo”, dice Luciana (Agustina Malale), sentada en el inodoro, agachándose y mirando por debajo de su vestido. “Cuando me levante la pollera se va a encontrar con unos pelos…” Teñida de rubia, de actitud desafiante y tan agresiva como una boxeadora testosterónica, Lu es el polo opuesto de su compañera de cuarto, Fátima (Denise Carrizo), una chica morocha, callada, tímida y con un bombo en estado avanzado. “¿Vas a salir de nuevo con ese tipo que te pega?”, le dice a Lu, que la acusa de “chuparle el orto a las monjas”. Lu sale, Fátima se queda: una dinámica que se mantendrá a lo largo de la película. Lu y Fati no están solas: la rubia tiene una nena de unos cuatro o cinco años, Nina (Isabella Cilia), la morocha un chico, Michael, más o menos de la misma edad (Alan Rivas).
Lu enfrenta a sus compañeras y puede llegar a tirarles algo de basura encima cuando barre. En realidad Fati es una de las pocas que no hace uso del veneno vocal. Insultos, puteadas e indirectas sobre todo vuelan como drones en el aire cerrado del lugar, y en algún caso habrá que separar a Lu y su oponente circunstancial. Con la Madre Superiora (la infalible Marta Lubos) al frente, las monjas no hacen de árbitros en ese ring. Pero le recuerdan a la recién ingresada Sor Paola (la italiana Lidiya Liberman, a quien había podido verse en Sangre de mi sangre, de Marco Bellocchio) que no le está permitido llevar niñes a la habitación, cuando Luciana desaparezca una noche, su hija Nina quede a la deriva y la hermana le dé cobijo. El fantasma del abuso se cierne sobre estas escenas, pero no pasa por allí la cosa. Más significativo parecería el acercamiento de Sor Paola -que es joven y bonita- a Fátima. Pero, ¿hay acaso algo más de lo que se ve?
De lo que habla Hogar es de las formas del cariño y la falta de él, en una institución cerrada sobre sí misma. Lu da la espalda literalmente a Nina (la actuación deIsabella Cilia es increíble) y recurre por interés a Fati. En ambos casos intentará recular, cuando vuelva golpeada, emocionalmente y no tanto. Lu es un personaje más complejo de lo que parece: sobreactúa de leona, pero dibuja corazoncitos para el tipo que le pega. La construcción dramática de Hogar parece trabajar por simetrías (entre Lu y Fati, entre ambas y Sor Paola, entre ésta y las autoridades del lugar) y la construcción visual también lo hace. Simetrías visuales, líneas horizontales u oblicuas bien trazadas, relación entre los bordes y el interior del plano, frontalidad o líneas de fuga, distancia y cercanía del plano, composición: entre Delpero y su directora de fotografía, Soledad Rodríguez, renuevan todos los recursos visuales del clasicismo bien entendido, con una belleza y precisión que tampoco se ven aquí desde hace tiempo.