A veces, cuando llegan los días fríos, destemplados, y las plantas se secan, hay todavía unas hojas tercas que insisten en mantenerse vivas, y transmiten calladamente la savia, esperando que llegue hasta la raíz. Algo semejante ocurre en las familias cuando el tronco está enfermo. Acá hay un padre alcohólico que alterna días de depresión con momentos de entusiasmo, lástima que con la persona indebida. Hay una madre de familia, ya agotada, cuyas viejas expresiones de afecto se han vuelto una rutina obligatoria, dolorida. Un hijo que ya no quiere ver al padre. Y otro que cumple su deber aunque la situación lo llene de amargura.
Sobre este último se centra la historia, que incluye al abuelo, una viejita que sueña con ver a su nieto, y una compañerita de escuela que espera la decisión del chico para ponerse de novios. En ese aspecto, el chico es tímido. En otros, es el que toma las decisiones. Esos son los personajes, gente sencilla de alguna ciudad chica del interior. También es sencillo, pudoroso, el modo en que se exponen las cosas. Lo que ocurre entre ellos es fuerte, es trascendente, pero no hay violines. Nada se dramatiza de modo inútil ni exagerado. Acá hay mucha sensibilidad, no sensiblería, y eso es clave.
En el reparto, Mimí Ardú, Marcelo Subiotto, Osvaldo Santoro, Pochi Ducasse, Mariano Bertolini, el pibe Bautista Midú. Y vecinos del lugar. Esta es una película de Fabio Junco y Julio Midú, los del famoso Cine con Vecinos, de Saladillo, los de películas de bajo costo y mucho corazón, como “Lo bueno de los otros”, por ejemplo. El país profundo está en esas obras.