La cacería es mutua
Y pensar que hubo una época en la que la prostitución como temática -o la libido al mejor postor, sin sonseras remilgadas de clase media- se trataba en los films del mainstream y el indie y no había desaparecido casi por completo como en el Siglo XXI, un tiempo en el que todo tiene que estar higienizado y dividido en compartimentos estancos -el sexo en el porno, pero no en los productos para el consumo prosaico- porque las temáticas complejas, sucias o problemáticas quedan flotando en el vacío cuando se privilegia maniáticamente el escapismo bobo de siempre y sus tópicos favoritos asociados, casi todos bastante pueriles y repetitivos ya que ese es el ecosistema cultural por antonomasia del grueso del público y la crítica. En vez de igualar/ equiparar al sexo y al trabajo, dos actividades que involucran explotación capitalista sin que ninguna amerite una condena moral mayor con respecto a la otra porque ambas implican el uso del mismo cuerpo, a la prostitución se la suele fetichizar más de la cuenta -incluso en nuestros días de cinismo todo terreno y mucho marketing banal- como si fuese sinónimo automático de Infierno de la fe (para los fundamentalistas apestosos), trata de personas (para las feministas paranoicas blancas de concha seca), una vida metropolitana glamorosa (desde el punto de vista de muchos imbéciles del ámbito artístico y de la cultura) o un inconveniente de salubridad pública (esta es la perspectiva principal de los gobiernos mierdosos del nuevo milenio, casi todas mafias de derecha que apoyándose en sus respectivos aparatos represivos continúan atosigando a las meretrices, los travestis y los taxi boys bajo distintas modalidades policiales, jurídicas y discursivas).
Araña Sagrada (Holy Spider, 2022), tercer largometraje de Ali Abbasi, realizador iraní asentado en Dinamarca conocido por Shelley (2016) y Border (Gräns, 2018), compensa el faltante en el cine contemporáneo e incluso contextualiza al lenocinio en una sociedad tan hipócrita como la occidental pero más demonizadora, la iraní: el proyecto sufrió muchas demoras primero por el éxito global de Border, luego por la pandemia del coronavirus y finalmente por su misma impronta polémica, planteo que le impidió a Abbasi rodar en Irán y Turquía y lo llevó a conformarse con una Jordania que hace las veces de Mashhad, la segunda ciudad más poblada de Irán luego de la capital Teherán, durante los años 2000 y 2001, época en la que un psicótico después identificado como Saeed Hanaei (1962-2002) estranguló a 16 mujeres, la mayoría prostitutas y/ o drogadictas, en lo que definió como una cruzada contra la decadencia de la comunidad impulsada por un hecho callejero fortuito, la confusión de su esposa -madre con él de tres hijos- con una meretriz. El chiflado, un albañil y veterano de la Guerra entre Irak e Irán (1980-1988) que había sido violentado por su madre cuando niño, inspiró un más que importante apoyó no sólo en la prensa fascistoide de siempre en su versión musulmana, esa adepta a dedicarle una yihad a las putas sólo por serlo, sino también en buena parte de una población que comparte la costumbre occidental del fariseísmo, nos referimos a consumir en la privacidad del hogar lo que se condena en público, el sexo, por considerarlo inapropiado para las familias, el Estado o los “altísimos” ideales o valores que todos estos frígidos, lelos y/ o malcogidos supuestamente atesoran.
El caso, que derivó en la condena a muerte por estrangulamiento de Hanaei y en lecturas previas y olvidables como el documental Y Llegó una Araña (And Along Came a Spider, 2002), de Maziar Bahari, y aquella propuesta ficcional Araña Asesina (Ankaboot, 2020), de Ebrahim Irajzad, está atravesado por la iconografía simbólica arácnida por un apodo de la lacra mediática masiva en función del modus operandi del psicópata, el cual solía atraer a las víctimas hasta su hogar y las estrangulaba con sus pañuelos para finalmente desechar los cadáveres en terrenos baldíos de Mashhad. El guión de Abbasi y Afshin Kamran Bahrami combina la historia de Hanaei (Mehdi Bajestani), quien efectivamente vive con su esposa y tres hijos y siente placer al matar a las furcias por más que se crea un héroe inmaculado del Islam, y el derrotero de una periodista ficticia llamada Rahimi (Zar Amir-Ebrahimi), la cual arriba desde Teherán y se tiene que comer el acoso de burócratas del pasado y el presente, como su editor o el policía encargado de la pesquisa, no obstante termina trabajando con un colega varón, Sharifi (Arash Ashtiani), que la ayuda en su propia investigación, llegando incluso a hacerse pasar por prostituta en la noche de Mashhad y escapando por poco de las garras de Saeed, un payaso que es arrestado aunque bajo elogios del pueblo, su familia y miembros varios de la comunidad religiosa y gubernamental, a fin de cuentas llamando poderosamente la atención la justificación semi naturalista de su esposa, Fátima (Forouzan Jamshidnejad), y su hijo mayor, Ali (Mesbah Taleb), quienes celebran que el patriarca haya enviado al averno a todas esas “mujeres depravadas de las calles” que viven invisibilizadas.
Abbasi en primer lugar desromantiza a los asesinos en serie, jugada retórica que subraya la estupidez de tanto cine de idiosincrasia hollywoodense que tiende a construir un enigma alrededor de la figura del demente que aquí se esfuma porque desde el vamos queda claro que es un mediocre, un delirante y un fascista como lo son tantos tarados del vulgo que se piensan parte de las elites dirigentes, en segunda instancia señala que la misoginia iraní es más cultural que religiosa, política o siquiera institucional, de allí que al describir la película el realizador haya hablado de un film sobre toda una “sociedad asesina en serie”, y en tercer lugar le da continuidad a aquellas reflexiones sobre los marginados de Border, sustituyendo el componente fantástico de antaño por un realismo sucio que va desde las muertes en sí, cuyas víctimas no son sólo furcias y drogadictas sino hembras embarazadas, en situación de calle, deprimidas y perseguidas por el Estado, hasta el circo legal de la segunda mitad del metraje, siempre coqueteando con una exoneración que asoma su cabeza desde las corruptelas y simpatías ortodoxas del poder concentrado, ese que detesta el olor de la vagina impertinente. Araña Sagrada, con un gran duelo actoral entre Amir-Ebrahimi y Bajestani ya que la cacería es mutua, viene a “desempatar” la carrera de Abbasi porque supera a la floja Shelley, un rip-off de El Bebé de Rosemary (Rosemary’s Baby, 1968), de Roman Polanski, y se acopla a la perfección con la extraordinaria Border, odisea de trolls hermafroditas y segunda traslación de un relato de John Ajvide Lindqvist luego de Criatura de la Noche (Låt den Rätte Komma in, 2008), aquella obra maestra de Tomas Alfredson…