El sentido de la vida
Con oficio y precisión Woody Allen presenta en el inicio a los personajes que serán parte fundamental del relato; especialmente, el nada académico profesor de filosofía Abe Lucas (Joaquín Phoenix), quien apenas llegado a la universidad despierta los comentarios y deseos más variados entre profesores y alumnos; en particular de Jill (Emma Stone), una alumna, quien sin esperarlo recibe un elogio a su labor por parte del recién llegado. De inmediato ella conecta con el profesor e indudablemente manifiesta su atracción hacia él.
Lucas no es un sujeto común. Vive atribulado y sin algo valorable que se interponga entre su existencia y la muerte. Nada lo motiva, no siente pasión alguna e intelectualmente se encuentra bloqueado al punto de no poder continuar con la escritura de su nuevo libro acerca de Heidegger y el fascismo.
Durante un almuerzo, ambos escuchan en un bar a una mujer que cuenta a sus allegados el problema que padece. Él hace propio ese padecimiento y elabora una solución. Algo comienza a cambiar en Abe, de pronto su vida tiene sentido, le ha dado un propósito, ha tomado una decisión que cambiará el rumbo de su existencia de forma definitiva.
Woody nos presenta una historia que se emparenta con la expuesta en "Match Point", aunque sin la profundidad dramática de aquella. Este filme tiene un tono más liviano, pero no por ello menos interesante.
El destino, la moral, la filosofía, el egoísmo disfrazado de altruismo y la banalidad mal entendida, son parte de todo lo que el gran Allen ofrece con el paisaje de Rhode Island como fondo, del que sabe sacar provecho de su costa empedrada y su mar agitado.
Hay más contenido en tres líneas de diálogo de este filme que casi en todo lo estrenado en el país durante este año. Eso es lo que agradecemos. Que Woody llegue cada año para dejarnos algo sobre qué discutir, en qué pensar. Hay que aprovecharlo.