Hace varios años ya que Woody Allen parece estar gagá y sus películas piden a gritos no ser tomadas en serio. Pero cada tanto mete un pleno y nos desorienta. A la bochornosa seguidilla de Que la cosa funcione, Conocerás al hombre de tus sueños, Medianoche en París y A Roma con amor le siguió la excelente Blue Jasmine y nuestra expectativa se renueva. El tipo tiene 79 años y dirigió 45 películas, todos hemos visto casi todas y ya le conocemos los yeites, las obsesiones, el ritmo de los diálogos, el estilo de los chistes. Para bien o para mal: este es Woody Allen, no va a dirigir una película en Marte o en el Lejano Oeste.
Pero el argumento de Hombre irracional parece la parodia de una película de Woody Allen. Un profesor de filosofía alcohólico y depresivo que no le encuentra sentido a la vida (Joaquin Phoenix, insoportable) empieza a dar clases en una universidad de Nueva Inglaterra y una alumna optimista, inocente, joven y bella (Emma Stone) se enamora de él. Hay por ahí una colega madura que también se lo quiere coger (Parker Posey, desaprovechadísima) y está el novio de Stone (el inglés Jamie Blackley) que atraviesa la película como bola sin manija, en busca de un autor. Pero el nudo argumental emparenta a Hombre irracional, al menos superficialmente, con Crímenes y pecados y Match Point: hay un crimen.
En Crímenes y pecados había una constelación de personajes que se conectaban formando una trama compleja. Se podía percibir al Dios-Allen moviendo los hilos de sus criaturas con una inteligencia suprema y una precisión insuperable de manera tal de hacer avanzar la historia y llegar a ese final amargo y cínico.
En Hombre irracional, en cambio, hay sólo cuatro personajes principales y la historia avanza con una voz en off que explica lo que les pasa con frases de sobrecito de azúcar atribuidas a Kant y Kierkegaard. Me pregunto si ahora juzgo con cinismo las mismas cosas que a los 20 años me gustaban del cine de Woody Allen, pero recuerdo la célebre cita de Groucho y Freud al final de Annie Hall (“No pertenecería a un club que me aceptara como socio”) y su twist (“Es la broma clave de mi vida adulta en términos de mi relación con las mujeres”) y no puedo menos que lamentarme por esa palabrería barata seudofilosófica de películas como Hombre irracional. Antes Allen era sencillo y sabio, ahora se volvió bruto y pedante.
Parece cansado, en piloto automático, como si escribiera cada escena de un tirón, sin darle una vuelta de tuerca ni una relectura, como si estuviera apurado por sacársela de encima, filmarla, estrenarla y ponerse con otra. Ahora está filmando su película número 46 y también cerró un acuerdo con Amazon para hacer una serie de 13 capítulos, toda una novedad. Viendo Hombre irracional parece imposible que algo bueno salga de todo eso, pero quién sabe. Puede que Woody Allen nos sorprenda otra vez. Ojalá.