Nueva hipótesis sobre el crimen perfecto
Joaquin Phoenix interpreta a un profesor de filosofía y bon vivant alcohólico cuyo objeto reprimido es su alumna Jill Pollard (Emma Stone) en un film que muta de comedia leve a policial.
Son varias las posibilidades que propone Hombre irracional como material de análisis, se trate de un elogio o una crítica que se le pueda hacer al film 46 de Woody Allen como director. A un par de meses de cumplir 80 años y con más de 60 de actividad cultural, el cineasta vuelve una y otra vez a las obsesiones y taras conceptuales que caracterizan a su obra; por eso, Hombre irracional, que no está entre lo mejor que hizo en la última década, observa a sus temas habituales, o al costado más serio de su filmografía, con una importante dosis de humor y sarcasmo. El último opus de Allen (se viene su serie para televisión) repara en la extraordinaria Crímenes y pecados (1989), en la glacial Match Point (2005) y en la fallida El sueño de Cassandra (2007) con tal de comprobar, nuevamente, si existe el asesinato perfecto, previo paso por la culpa y con la hipótesis tardía o no de una redención que les corresponda a los responsables. Por esos trances andará Abe Lucas (Joaquin Phoenix), un profesor de filosofía experto en Heidegger y Kant (Allen y sus preferencias) que, de un día al otro, o a propósito de una conversación en un bar, decidirá el destino de un juez que supuestamente perjudica al género humano. Alrededor de este bon vivant alcohólico andará la joven Jill Pollard (Emma Stone), alumna de Abe, objeto de deseo reprimido del profesor y el clásico personaje activo de una película de Woody Allen frente a situaciones y momentos de riesgo.
Pero Hombre irracional es una película partida en dos. El primero de los segmentos describe el paisaje de un campus universitario, a los alumnos y profesores, las clases, las frases que aluden a Feodor Dostoievsky y Simone de Beauvoir, además de la presencia de una mujer casada (jugada por Parker Posey) en un personaje que merecía mejor desarrollo. Si el punto de vista de Hombre irracional hasta el momento remitía al profesor Lucas, de ahí en adelante, y ante la chance de cometer un crimen, la película se desplazará hacia la curiosidad que caracteriza a la inquieta Jill. En esa extraña estructura de la que dispone el argumento, primero a través de la comedia leve con profesor rondando a una alumna, tema clásico en Allen desde Manhattan, hasta las derivaciones del relato al género policial en su vertiente más solemne, Hombre irracional, ni por asomo, alcanza la grandeza de otros títulos del creador en casi 40 años detrás de cámaras. Phoenix y Stone, por momentos, sostienen una historia ya vista en otros títulos donde la invocación al Hitchcock de La soga no parece desacertada. Pero también el maestro inglés de cualquier época concibió varios films menores.