El hombre que nunca estuvo allí.
Pocos directores provocan tantas expectativas como él; sin embargo, al entrar al cine y sentarse en la butaca a esperar a que comience lo nuevo de Woody Allen, uno ya sabe qué esperar. Han transcurrido varios años desde que sus mejores obras se proyectaban en salas por primera vez, y a lo largo de este período su cine ha afrontado (y superado) importantes desniveles. Aun así, es Woody Allen… y eso es suficiente para que nos sentemos durante hora y media a visualizar con entusiasmo su última película. Joaquin Phoenix conduce con estilo a lo largo de una carretera durante un día soleado; así comienza el film, así nos adentramos a aquel universo y así empezamos a suponer que Hombre Irracional (Irrational Man, 2015) es lo que promete. Una película bien realizada que quedará en las sombras de una imponente filmografía.
En un principio todo gira alrededor de un gran cliché: la relación amorosa entre Abe Lucas (Phoenix), destacado profesor de filosofía, y Jill Pollard (Emma Stone), brillante estudiante universitaria; el hombre sabio, culto y especulativo, cansado de la vida misma, que despoja de cierta incredulidad a su alumna tras fortalecer un vínculo regido por el intelecto en primera instancia, reservando lo carnal en un segundo plano. Sí, esto supone ser Hombre Irracional, una comedia romántica más, adornada con espléndidas locaciones, una banda sonora impecable y una ilustre labor desde el departamento de arte. La historia comienza a agotarse rápidamente, no porque ya hayamos presenciado numerosas películas incitadas por un acontecimiento semejante, sino porque el director así lo desea; el film se reinventa y busca refugiarse en la premisa del crimen perfecto, otro disparador con el que Woody Allen ya ha trabajado previamente.
Al igual que en Match Point (2005), el azar es una de las fichas fundamentales con las que el realizador se vale para condimentar el homicidio: Lucas propone que tanto el universo como la vida de cada uno de nosotros tomará un rumbo dominado por el azar, donde nos disponemos a confrontar hechos de mayor o menor importancia que nos afectan en determinada proporción, de manera irreversible. La “víctima”, un desconocido para el protagonista, no cuenta con nexo alguno que lo una al personaje encarnado por Phoenix, quien justifica su muerte convenciéndose de que su ausencia haría del mundo un lugar mejor, a causa del abuso de poder que aquel hombre ejerce diariamente. Matar le devuelve el sentido a su vida y le consigue un nuevo lugar en la sociedad, lugar que bajo sus ojos se encuentra más cercano al de un héroe que al de un criminal. Sin embargo, como se hace mención en el film, quien mata una vez, vuelve a hacerlo… Lucas emprende una nueva vida y junto a él, la película se re-direcciona hacia un punto de mayor interés.
Lamentablemente, todo desemboca en un final predecible e insípido. La promesa de la causalidad regida por el azar se esfuma y entra en juego una cuestión moral poco interesante donde lo políticamente correcto es el factor dominante de los hechos. La sublime manipulación del espectador presente en Match Point, aquella posición ambigua y perturbadora de la culpa, y el valor que posee la suerte en la trayectoria de nuestras vidas, están en un campo muy lejano al que nos encontramos en este momento. No hay guiño, no hay vuelta de tuerca, todo sucede como debería suceder. A fin de cuentas se sale del cine satisfecho porque a pesar del decepcionante final, la película lo hizo pasar a uno un buen rato: el film no es pretencioso, conoce su target y no apunta a generar debates (ni internos, ni entre pares). La obra entretiene, pero tiene en claro que “Hombre Irracional” no serán las palabras que se recordarán al pronunciar el nombre de su director.