Mucho se ha hablado sobre las similitudes de tono entre el nuevo estreno de Woody Allen y films icónicos en su carrera como Match Point, y sobre todo,Crímenes y pecados. Después de un largo periplo de películas en clave de postal europea, con toques de magia, pero algo desganadas en su conjunto, Allen vuelve en plena forma con un relato que intercala en dosis perfectas sus pinceladas de ligereza y nihilismo.
Con un timing que no lograba desde hace muchos años, el eterno guionista y realizador, estructura una historia que pone en el centro a Abe, un profesor de filosofía abatido, que desde hace tiempo no le encuentra sentido a su vida. Joaquin Phoenix, con pancita de bebedor incluida, acierta en el registro de ese hombre desencantado que llega al apacible campus universitario de New Port. El prestigio profesional y los tortuosos dramas personales del filósofo sacudirán el adormecido ambiente académico, y muy pronto dos mujeres caerán a sus pies. Rita, una docente hastiada de su matrimonio (Parker Posey), y Jill, una alumna que tiene una relación con su novio demasiado formal para tener verdadera sustancia (Emma Stone).
Todos estarán atentos a la creciente desesperanza de un Abe que no escatima por ejemplo en jugar a la ruleta rusa adelante de sus alumnos. De repente, el sinsentido de su existencia se desvanecerá cuando junto a Jill escuchen una charla de café, en la que una madre desesperada le cuenta a sus amigos cómo ha perdido la tenencia de sus hijos por la acción de un juez corrupto. Y aquí es donde Woody hincará el diente en una motivación políticamente incorrecta para sacar a Abe de su largo y angustioso letargo. El profesor elaborará un plan perfecto para matar a ese hombre desconocido, transformándose en una suerte de justiciero anónimo, y desarrollando su estrategia en el más absoluto secreto.
Antes la película se ha paseado por referencias y citas intelectuales que van desde Kant y Heidegger, hasta Freud, Dostoeivski y Sartre. Allen nos zambulle en el mundo de un pensador bloqueado, que necesita una pulsión de vida que termina encontrando en el lugar más incómodo: el asesinato. Si bien algunos textos en off son demasiado elocuentes, la película se debate en una exquisita contradicción: un entramado por demás sórdido que es retratado con gracia y ligereza, con el plus de la bellísima fotografía de Darius Khondji.
No conviene adelantar más de lo dicho con respecto al desarrollo de los hechos, porque sería arruinar parte del suspenso juguetón por el que nos pasea Hombre irracional. Esa virtud de un director que está pisando los 80 años y se permite transitar con encanto sobre conceptos verdaderamente perturbadores, es el mayor acierto de esta joyita. Y si bien es cierto que dicha cualidad es una marca registrada de Allen, desde hace mucho tiempo el persistente creador no lograba cristalizarla de una manera tan incómoda como encantadora. En algunos casos triunfaba la inconsistencia, en otros la solemnidad. Aquí en cambio el sarcasmo se permite desfilar sin tapujos, con todo su esplendor y sus bajezas. Woody renace en un film fresco y solapadamente intenso. Mientras el profesor Abe repta en el fondo del sinsentido, podemos respirar la supervivencia de un cine elegante que sin ostentaciones, ejerce su estoico arte de resistencia.
Irrational Man / Estados Unidos / 2015 / 95 minutos / Apta mayores de 13 años / Guión y dirección: Woody Allen / Con: Joaquin Phoenix, Emma Stone, Parker Posey, Joe Stapleton y Jamie Blackley.