La filosofía, el crimen y el castigo
Concluido –por el momento, al menos– su periplo de promoción turística por Europa, en Hombre irracional, su largometraje número 45, Woody Allen retoma algo de la densidad temática de Crímenes y pecados (1989) y Match Point (2005), sin resignar la ligereza de Magia a la luz de la luna, su película inmediatamente anterior, donde ya se había enamorado de la gélida belleza de Emma Stone.Aquí su nuevo alter ego es Abe (Joaquin Phoenix), un curtido profesor de filosofía, que llega a la exclusiva universidad de Newport a dar un curso de verano. Más que desmotivado, a Abe se lo ve lisa y llanamente derruido, sin ningún impulso vital, al punto de que a sus alumnos les enseña que “la filosofía no tiene nada que ver con la vida real” y que se trata de “una masturbación verbal”. Ni siquiera los obvios avances de su bella alumna Jill (Emma Stone) son capaces de sacarlo de la depresión y el alcoholismo, que su admiradora considera características de su personalidad romántica. Hasta que un hecho fortuito, una conversación escuchada al azar, le devolverá sentido a su vida: matar a un juez a quien no conoce pero de quien cree saber que se trata de un completo cretino se vuelve para Abe su imperativo categórico kantiano.No conviene adelantar demasiado de una trama que tiene más de una vuelta de tuerca y hasta una módica cuota de suspenso. Pero sí decir que Hombre irracional devuelve a Woody a sus primeros amores, como Dostoievski e Ingmar Bergman. “Las películas de Bergman tuvieron un gran impacto en mí”, confesó Allen en el Festival de Cannes, en mayo pasado. “Cuando las vi por primera vez no había leído ni a Nietzsche ni a Kierkegaard, dos filósofos en quienes Bergman sin duda se apoyaba mucho, pero su cine me acercó a sus libros, a los problemas y preguntas muchas veces sin respuesta que planteaban.”Incondicionales de Woody, a no asustarse: Allen nunca fue Bergman (aunque lo haya querido) y si hay algo a lo que recuerda Irrational Man es a un viejo ensayo cómico suyo titulado “Mi filosofía”, que concluía con un aforismo: “La nada eterna está muy bien, si vas vestido para la ocasión”. Esta cruza entre alta cultura y humor cáustico que Allen cultivó más en sus ya lejanos libros que en su obra cinematográfica es la característica de su nueva película. Si la decisión que toma Abe podrá recordar los dilemas morales del Raskólnikov de Crimen y castigo, esa referencia erudita no deja de estar matizada por sus clásicos chascarrillos, como cuando ante la esperada llegada del protagonista a la universidad, alguien apunta que va resultar “una inyección de Viagra en el departamento de filosofía”.La primera en tomarse en serio esa afirmación, aún antes que el personaje de Emma Stone, es una profesora de Química (la estupenda Parker Posey), aburrida de la rutinaria vida en el campus y que acosará al aspirante a filósofo –incapaz de avanzar en su libro dedicado a Heidegger y su relación con el nazismo– de todas la formas posibles, empezando por aparecerse en su casa a la hora de irse a la cama y con una botella de Bordeaux como pasaporte.Actor tan talentoso como irregular en sus desempeños, resulta difícil discernir si el desánimo de Joaquim Phoenix corresponde a lo que se espera de su personaje o al mero hecho de participar de una película de la que se siente tan ajeno como su profesor en relación con esa universidad que para él es apenas un modus vivendi. Del mismo modo, la apática realización de Allen, que parece la desganada ilustración de un guión reciclado de alguno de sus viejos cuentos, termina confundiéndose con el desvaído espíritu de su protagonista, al punto de que quizás haya que reconocer allí una auténtica simbiosis entre forma y contenido.