Un Allen vital
A esta altura de su extensísima carrera, donde además de realizador es el guionista de sus películas y eso lo lleva a una búsqueda constante del genio que no siempre se convoca a la cita, y por si esto fuera poco con su poco aconsejable práctica de una película por año, las buenas obras de Woody Allen son cada vez más espaciadas o escasas. Desde fines de los 90’s al presente ha hilvanado una serie de películas discretas, algunas buenas, pero raramente ha logrado la genialidad de otrora. Uno de los detalles más curiosos es que, habiendo sido un hombre de comedia, innovador en un estilo claramente reconocible como propio, Allen perdió el toque especialmente en ese género y sus comedias de la última década y media están entre lo más flojo de su producción reciente. No ocurre lo mismo, y la suerte es más dispar, cuando se acerca al drama como en la excelente Blue Jasmine. Hombre irracional es un drama y es, también, la vuelta del mejor Allen. O el mejor Allen posible en esta etapa de su vida.
Hombre irracional, por el transitar sobre un tema recurrente en la filmografía de Allen como es el crimen, es otra de esas películas suyas, como Match point, que todos se empecinan en comparar con Crímenes y castigos, tal vez su mejor película en referencia a esta temática. Pero hay que decir que ya en Robó, huyó y lo pescaron o La última noche de Boris Grushenko estaba presente este asunto, donde la amoralidad del planteo se choca necesariamente con la moralidad de Allen: porque las películas del director merodean la idea del crimen pero terminan seducidos más por el castigo, exterior o interior a través de la culpa del protagonista. Hay que decir que a diferencia de Match point o El sueño de Cassandra (sus viajes al policial moralista más explícitos), lo que eleva a Hombre irracional es que aquí se respira un aire de comedia constante, sardónica pero comedia al fin, y donde las presencias picantes de Emma Stone y Joaquin Phoenix le restan gravedad y le suman mordacidad al asunto. Me quiero detener un instante en los ojos de Emma Stone, que son ojos hechos deliberadamente para la comedia: son gigantes, y chispeantes e intrigantes, y hablan por el resto del cuerpo de la actriz, un cuerpo que es también puro nervio y tensión cómica, como el de alguna otra grande (y pelirroja) llamada Katherine Hepburne.
Y hay otro detalle no menor en Hombre irracional, y que es un elemento fundamental para que el cine de Allen funcione: el personaje de Joaquin Phoenix, ese profesor de filosofía atormentado y autodestructivo y sobre el que pende una mitología particular, es un personaje interesantísimo, plagado de misterios y giros totalmente arbitrarios. Que en la ancianidad Allen construya una personalidad de tal fuerza y vitalidad, es un rasgo destacable: porque no es un personaje manejable, porque su irracionalidad conduce al relato y lo lleva por terrenos de inestabilidad que imaginamos son complejos de abordar para un realizador con total control de su obra como el neoyorquino. Por eso la película se resiente un poco cuando las citas a Dostoyevski o Hannah Arendt se hacen demasiado obvias, más allá de los diálogos que están obligados a transitar los personajes por el marco universitario en el que se mueven. Hombre irracional es mucho más interesante cuando fluye y el espíritu de aquello que Allen invoca como referencia se apodera del relato: en la sucesión de ideas sobre el control o no que tenemos sobre nuestra vida, sobre lo azaroso, sobre la vacuidad de la mirada filosófica o ideológica en contraposición al mundo de la acción y la autodeterminación, sobre el mal y su banalidad constitutiva, o sobre la justicia como un espacio donde lo moral y lo inmoral representan límites no siempre acordes, está la fuerza de la última película de Allen. Ese comediógrafo que sabe ponerse serio, y que obtiene sus mejores resultados cuando el balance entre esas dos posturas es el justo y necesario.